[XP] AOLANY, Y EL CULO DE ORO

AOLANY, Y EL CULO DE ORO

RELATO DE FICCION CON SEXO REAL EXPLICITO

Cuando recibí el encargo, no lo podía creer.
He caminado casi todo el país. Acampé en Los Antiguos en pleno conflicto con Chile, nadé en Iguazú entre arañas que caminaban sobre el agua, presencié el descuartizamiento de aquel burro, atropellado por un camión en Monte Quemado (Santiago del Estero), que el pobrerío del monte comió como la mejor carne vacuna. Visité las ruinas de Federación antes de la inundación rodeado de palometas, subí al Uritorco para jamás observar un OVNI. Cacé carpinchos en el Iberá, esquivando yararás de agua. Cuando más joven encendí mechas en alguna que otra revuelta, recibí un impacto de cápsula de gas que me paralizó los pulmones. Pude zafar gracias al auxilio de los muchachos de la CGT. Escribí notas, publiqué libros contra la dictadura, fui preso político dos veces y decenas de otros momentos vividos que quedan en mi memoria.
Pero jamás me habían solicitado el molde de un culo femenino para eternizarlo en oro.
Tamaña responsabilidad venía de un amigo al que no podía decirle que no.
El Museo Antropológico de San Juan estaba por crear una verdadera joya para la admiración de los sanjuaninos y turistas que visiten esa hermosa provincia. Iban a hacer la estatua de una mujer, de cobre sanjuanino recubierto en oro, que debería tener características muy especiales:
Cara autóctona de la región, cabello de salteña, torso de litoraleña guaraní, busto de cordobesa, piernas de mapuche, pies y manos de mujer quechua.
- “Falta conseguir el vientre, el sexo y las nalgas. Un trasero femenino atractivo y eso debe venir de una porteña, una capitalina, descendiente de inmigrantes, esa será tu misión, encontrar la mujer que complemente la obra. Se denominará: “SUMA ARGENTINA”. – explicó, entregándome los detalles y pasajes de avión –“En San Juan te esperará el helicóptero de gobierno para llevarlos a Veladero…”
- “¿Veladero? Jamás oí ese nombre…” -dije
- “No existe en los mapas, es sólo un campamento minero en el Departamento Iglesia. El piloto ya tiene las instrucciones.”
Leí las instrucciones y las coordenadas: 39º 24’ 34” Latitud Sur, 69º 53’ 37” Longitud Oeste. Altitud: 4.000 metros s.n.m., concesión de una empresa canadiense que explota una rica veta aurífera.
Una vez solo, abrí la agenda de BG y llamé por teléfono.
-“No hay problemas, venite y me contás…” -la voz de Aolany es pausada, joven y alegre.
- “Voy, pero si das el OK debes hacer el bolso porque partimos a ultima hora…”
Cuando ingresé al departamento de la belleza rubia, el bolso estaba sobre una silla.
Aolany es baja, maleable, de piel blanca tostada y cuerpo perfecto. Ojos increíblemente inquietos y sonrisa a flor de labios. Es un hada celestial. Sus piernas, perfectamente torneadas, culminan en un par de pies cuidados, como si fuesen esculpidos por Miguel Angel.
- “En dos horas debemos estar en Aeroparque” –expliqué
Se acercó hasta quedar pegada a mi cuerpo. Extendió los brazos y me besó con dulzura. Las lenguas se juntaron. El beso duró más de lo normal. La abracé y recorrí sus curvas con mis manos.
Suspiró con un suave quejido.
_¿”Qué podríamos hacer en dos horas.” –me dijo al oído mientras caían una a una las ropas de ambos, hasta quedar como Adán y Eva, refregándose bajo el manzano del pecado. Su pete es increíble, húmedo, ora suave, ora alegre, ora veloz, como masturbándote con su boca.
Después de un 69 que ella disfrutó sin ocultarlo, pasamos a la unión del antílope. Bajé a su almeja y disfruté de sus jugos visitando, con bastante periodicidad, nalgas y agujerito oculto. Una cabalgata de ontología, digna de la mejor amazona. Allí se fue el primero. Ducha y cuando pensaba que todo había terminado, baja suavemente a los gemelos dándome besos sin parar. Son acariciados con su lengua caliente y húmeda. Erección, capucha y penetración. Primero como flor de sauce, hasta terminar en un largísimo y placentero giro de la rueda, donde besé sus pies, algo que la llenó de placer y nos llevó al orgasmo compartido, con gritos y dedos clavados en mis nalgas, hasta pasar al relax y quedarnos varios minutos semi dormidos.
El aterrizaje fue perfecto. Al descender por la estrecha escalera estaban aguardando para guiarnos hasta el helicóptero. Una breve charla sobre el lugar que visitaríamos y las recomendaciones inherentes a la altura. De San Juan partimos hacia el Noreste, hasta el Mogote de los Corralitos. De allí giramos hacia el Noroeste, hasta llegar a Coronel. Miré el GPS de la nave. Marcaba 30º 37’ 30”, Latitud Sur, 69º 03’ 30” Longitud Oeste, altitud 2.800 metros s.n.m. Observé a mi compañera de viaje.
- “Falta subir un poco más… -le dije - ¿Todo bien?” –me contestó con un gesto afirmativo.
Ella puso en su boca el tercer chicle para contrarrestar el zumbido de oídos, el apunamiento que produce la altura.
El helicóptero hizo una pequeña corrección de vuelo, para evitar tener que sobrevolar Conconta, que se halla a 5.000 metros de altura.
Bajo nuestros pies transitaba un paisaje árido, de multicolor ocres, pelado, sin verde, cortado por pequeños arroyos de deshielo que corrían entre piedras azotadas por el Zonda. Hacia arriba, las estribaciones de la Cordillera de los Andes estaban cubiertas de un mando de nieve y nubes de vapor frío, que el permanente viento del Pacífico levantaba al chocar contra las cimas.
Después de bordear Conconta, 56 kilómetros siempre al NOE, llegamos a Despoblados. El GPS marcaba 29º 28’ 10” Latitud Sur, 69º 46’ 21” Longitud Oeste, 4.578 metros s.n.m. El zumbido de nuestros oídos apenas dejaba escuchar el ruido del rotor.
A los 35 minutos de partir, estábamos frente a los galpones azules, en forma de estrella, sede de la empresa que explota, en concesión, la veta aurífera. Unas xxx personas habitan ese lugar desolado, unido por una ruta de ripio, que empalma mas abajo con la xxx y en Talacasto, se une a la Ruta Nacional Nº 40. Esas xxx personas habitan en 8 o 9 viviendas y más de 30 contenedores con todas las comodidades, incluyendo televisión satelital.
Los solteros viven en galpones viviendas, divididos por tabiques de yeso, que incluyen cocina-comedor, dormitorio y baño.
-“Quiero que Total esté presente conmigo en todo momento” –pidió Aolany.
-“Ningún problema. Nuestras esposas la asistirán y los únicos hombres, en el momento del molde, serán el operador y el escultor”.
Caminar por ese lugar me hacía recordar a una película de ciencia ficción.
-“Sólo falta que aparezcan los marcianos”. –le dije al oído a Aolany que lanzó una carcajada.
Y allí estaban.
Podría decirse, con trajes espaciales. Unos ochenta obreros de tez quemada por el sol y el viento. Con sus cascos amarillos o azules, (según el sector en que laboran), ropa oscura, botas y antiparras para evitar la arenisca y el polvo eternos. Miraban como la rubia ingresaba a uno de los pabellones azules. Entre ellos, nacieron comentarios y bromas. Para la mayoría, que nacen y mueren en lugares inhóspitos como ese, mi compañera era la mujer más bonita que verían "en vivo y directo", en su vida. Y no querían perderse ni un solo detalle.
Todos sabían que estaba por suceder. Pero también sabían que sólo podrían imaginárselo.
Pasamos al sector de laboratorios, donde habían preparado las partes ya terminadas de “SUMA ARGENTINA”. Faltaba la colaboración de Aolany, su parte era las más importante.
Totalmente desnuda la hicieron acostar en un gran ataúd de chapa donde había una pasta gris oscura.
-“Deberá acostarse sobre la pasta. Luego vamos a incorporar el contenedor para que quede de pié. Allí le indicaré la posición para que el molde salga perfecto.” –dijo el responsable de la escultura.
Las bellas piernas, nalgas y el sexo depilado de Aolany fueron tragados por la pasta base.
Miré los ojos de admiración (y tal vez envidia) de las dos mujeres que presenciaban la escena. El operador no podía quitar la vista de los senos pequeños, de pezones parados, de la fémina.
Con manos temblorosas, puso una cinta de goma por todo el costado del torso, perpendicular a la piel.
Aolany me miró tímidamente nerviosa. Levanté el pulgar y le guiñé un ojo.
Sonrió. En ese momento levantaron el contenedor y la pusieron de pie. Inmediatamente procedieron a cargar más pasta base sobre su sexo, vientre y caderas. La pasta llegaba hasta debajo de los senos, casi al borde del cajón.
El escultor pidió un determinado movimiento que Aolany hizo no sin poco esfuerzo, debido a la consistencia de la pasta base que cada vez se hacía más y más dura.
-“Adelanta una pierna, como si caminaras… -le dijo el artista- eso, eso, así… perfecto. No te muevas por diez minutos…”
Hubo un silencio respetuoso. Los diez minutos parecieron eternos, para Aolany y efímeros para el operario que no dejaba de mirarle los senos.
-“Este chabón, tendrá síndrome del lactante?” –pensé.
Pasado el tiempo y controlada la consistencia de la cobertura gris, entre el escultor y el operario desarmaron las paredes del contenedor y dejaron a Aolany soportando el peso de la pasta seca.
Tiraron ambos de la cinta de goma y se desprendieron dos partes casi iguales, una del frente con el molde de, sexo, vientre y caderas y otra de sus hermosas nalgas y caderas traseras. Una de las mujeres la cubrió con una toalla grande y le indicó el lugar donde podría ducharse.
Mientras lo hacía le acerqué el bolso con prendas limpias.
El molde fue pasado inmediatamente a otro sector, donde varios operarios volcaron el oro derretido, mientras movían los moldes hasta cubrir todas las partes con el dorado metal. En una hora desprendieron la pasta gris y quedó el sector que necesitaban para finalizar “SUMA ARGENTINA”.
Ver las nalgas de Aolany en oro brillante no me alucinaba. Esas caderas, sexo, vientre y ombligo, hizo enloquecer mis ratones a 4.000 metros de altura. La rubia, una vez limpia y vestida, abría los ojos y la boca ante el espectáculo dorado. No lo podía creer.
Más tarde lo rellenarían con cobre, pulirían, quitarían los sectores no deseados y unirían todo el cuerpo de mujer a exponer.
El helicóptero emprendió el regreso ante el saludo de todo el personal, agitando los cascos autografiados por Aolany. Nos despidieron soportando la nube de polvo y arenisca que las palas levantaban. Allí se iba ese sueño rubio y sonriente que jamás volverían a ver.
Regresamos a San Juan. El hotel Plaza nos cobijó hasta el amanecer, cuando tomaríamos el avión de regreso.
Estábamos en cuartos separados. No pude evitar llamar su puerta para invitarla a cenar. La hoja se abrió mostrando la habitación a oscuras. Una mano femenina agarró mi camisa y me introdujo casi con violencia al interior. “Ahora vas a saber lo que es el Infierno” –me dijo con los dientes apretados.
Antes de emitir un sonido, estaba con los labios de Aolany sobre los míos mientras sus manos desabrochaban los malditos botones y el cierre del pantalón, para introducir sus delicadas manos entre las prendas y mi piel hasta llegar al lugar buscado y notar que estaba tieso y listo.
Me insinúa pedir cena doble en la habitación. Los ratones me reclamaban, sin parar, volver a disfrutar el cuerpo de esta diosa del placer, simpatía y erotismo.
¿Qué pasó esa noche?
Imagínense. ¿Lo hacen?
¡Ja! Eso siquiera es un 10% de lo que realmente sucedió.
Eso es un secreto que no puedo revelar, antes que se exponga ese culo de oro que estaba “al natural” frente a mi.
Hermoso y delicado cuerpo de piel tostada, casi aterciopelado, apenas perfumado pero con el calor inmanente del deseo.
Aolany, una bella combinación de suavidad mimosa, explosiva, imposible de resistir.
Antes de entregarme de lleno a su manipulación erótica, miré al cielo y agradecí al Altísimo haberla elegido.-


Total.esunratito