Sin planificar el encuentro

Si hubiese deseado planificar un encuentro perfecto, jamás se hubiera dado tal cual lo relataré.
Porque el Destino suele tener idas y venidas, que muchas veces marean y nos hacen perder la meta final, provocando desorientación o alocada ceguera temporal.
Pero esta vez, nada de eso sucedió.
Se dio porque debía darse. Así de simple.
¿Hay algo que guía el destino de los hombres hacia un excelente instante de sexo compartido con una mujer?
Nadie puede dar certeza de ello.
No soy Dios. Ni siquiera un santurrón de cuarta categoría.
Pero dejemos la calesita de la introducción y vayamos al grano.
Había terminado una reunión de negocios y salí a caminar por la plaza, hasta la Avenida de los Italianos. A mi espalda estaba el Puente de la Mujer, cruzando el espacio verde.
Miré el horizonte. El sector de la reserva ecológica estaba bastante cuidado y con los senderos bien marcados.
Absorto en el plástico movimiento de unas garzas, no escuché los pasos.
-¿Total? –me dijo una voz femenina.
Al darme vuelta me encuentro con Zamara, botas y pollera de cuero marrón, una blusa bien escotada (dejando ver esos hermosos flamantes pechos) y el pelo revuelto por la intrépida brisa de la zona.
-¿Qué haces por aquí? –preguntó
Yo, (no lo dudo), debí haber puesto cara de tonto o estúpido, porque mi reacción fue tardía.
-¿Y vos? –la interrogué- ¿qué…?
-Vine a…
-Está bien, no me sigas contando porque me pongo celoso…-le hice un gesto con ambas manos.
La sonrisa iluminó sus hermosos ojos, ocultos tras un par de lentes ahumados.
-Estaba despabilándome después de dos horas de reuniones de trabajo… -comenté.
En ese momento sonó su celular. Abrió el aparato y se lo llevó al oído.
-Dile que estarás dos horas ocupada… -le susurré al oído.
Me hizo una seña interrogante
-Dos horas (le mostré dos dedos de la mano), conmigo…
Sonrió y me guiñó el ojo.
Al colgar ya la había tomado de la cintura y estábamos cruzando la plaza hacia el Puente de la Mujer.
Cuando lo traspusimos y llegamos a la Avenida Moreau de Justo, subimos al taxi que nos depositó en Viamonte y Suipacha.
Y de allí sólo estábamos a un paso del coqueto departamento de Zamy.
Ni bien cerró la puerta del ascensor se desató un torbellino de besos, caricias y mucha lengua.
Agarrados como si fuésemos uno solo, caminamos hasta la puerta y entramos dando giros mientras nos desvestíamos uno al otro.
Si hubiese deseado planificar un encuentro perfecto, no se hubiese dado de la misma manera.
Porque fue increíble. Rayano en lo amoroso. Delicado y pagano a la vez.
- Me calenté… -me susurró al oído.
-¿Pero no venías de…?
- No, es un cliente al que sólo debo hacerle un bucal y luego masturbarlo. Siempre vestida, pero mirándolo a los ojos. Y después te encuentro a vos, gordito, al que ya le conozco las mañas… Te voy a…
No la dejé seguir. Le tapé los labios con los míos.
Así permanecimos tres o cuatro minutos. Hasta que comencé a besarle los tremendos pezones, dándoles pequeños mordisquitos mientras ella decía palabras guarras.
Así fue sucediendo. Y –repito- se dio porque debía darse.
El empujón de Zamy me arrojó sobre la cama y ella, con un movimiento felino, atrapó el miembro y lo tragó sin contemplaciones.
El bucal de Zamy tiene una vibración que eriza la piel y estremece el cuerpo.
Es maleable y se prende en todas.
Por eso no me sorprendió cuando apenas la moví, se dio vueltas y me ofreció un 69 cargado de goces, susurros y suspiros.
Fue sin piedad del uno con el otro.
Sin pudicia declarada, ni tregua solicitada.
Su vagina era perforada por mi lengua y sus jugos chorreaban por el mentón mojando cuello y pecho.
Sus movimientos pélvicos asemejaban una danza árabe. Comenzó a elevar el ritmo y a buscar mayor velocidad en el desplazamiento linguoclitorial que la exacerbaba.
Hasta que el grito me dio la señal.
Tragó saliva, arrojó hacia atrás la cabeza y volvió a gritar.
Le refregué los labios en la roja vulva abierta.
Se sentó sobre mi cara y se tomó los pezones con las manos pellizcándoselos mientras la lengua viajaba con boleto de ida y vuelta desde el clítoris al anillo rosado que escondía entre las nalgas.
-¡¡Basta!! –pidió con los dientes apretados, y cumplí sus deseos bajando lentamente la intensidad hasta quedar exhaustos uno sobre el otro.
Fueron cinco minutos de rélax.
La piel de Zamy era una seda con perfume a hembra.
La acaricié lentamente, disfrutando la tersura de su cuerpo, después del éxtasis explosivo vivido.
Y allí observé su rostro relajado y sonriente. La prístina luminosidad de su mirada.
El pelo, como torbellino desencajado, brillando como oro en la tenue luz que nos bañaba.
Pero nada finaliza con Zamy decidida a completar la faena.
Se levantó como gata y como gata giró sobre sí misma colocando una pierna a cada costado de mi pobre humanidad.
Y se desató.
¡Vaya si se desató!
Atrapó el miembro y se sentó sobre él. No me di cuenta que entraba entre sus nalgas, (tan húmedo que lo tenía).
Y fue ella.
Juro que fue ella quién me brindó un estallido de sexo anal que exprimió todos mis órganos hasta hacerme gritar de placer.
No importan los tiempos y si los instantes gozados.
Sólo recuerdo que siguió mis pasos hasta la ducha y bajo ella seguimos mimando el uno al otro.
Por eso dije al comenzar: si hubiese deseado planificar un encuentro perfecto, jamás se hubiera dado tal cual lo viví.
Partí con pena. Dejaba atrás un instante de felicidad.
Hasta que el ruido de la calle y el olor a gasoil me cachetearon el rostro con un golpe de realidad.
Y allí, recobré los sentidos.-

Total.esunratito