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[XP] SOL, EL SECRETO DE "EL ROSARIO"

TRIBUNALES

Hilo del tema

XP: Ficción con sexo real explícito

La familia Guerrero recibió del último Virrey, una extensión considerable de tierras en la zona del Tuyú, en la hoy provincia de Buenos Aires. Sus antepasados se remontaban a las guerras por la expulsión de los moros y el libro familiar menciona un ancestro que acompañó a Díaz de Vivar, el legendario Mio Cid.
Con escudo heráldico y un antepasado caballero del Reino, los Guerrero calcularon las miles de leguas de tierras obtenidas, como se hacía por esa época: a galope de caballo. Medían la distancia de un galope entre los cascos delanteros y traseros e iban contando los galopes para delimitar el terreno. Por eso, su palacete rodeado de parque, se levantaba en terrenos al costado de la actual ruta 2 (frente a Estación Guerrero) y finalizaba en el mar, sobre las playas bonaerenses, con una extensión impresionante de miles de hectáreas.
En esas infinidades pampas, donde el verde azulado del mar se enamora de médanos y juncos, de bañados y lagunas, matizados por garzas, garzuelas, cormoranes, patos, biguás negros y grises, que se adentran hacia el verdor de pajas bravas y pastos montaraces, se levantaba la “Estancia Guerrero”.
Valeria Guerrero, nieta descendiente de aquel, era de una belleza que la hacía el centro de tertulias, fiestas y reuniones. Muchos que la conocieron declararon haberse enamorado perdidamente de su rostro y especialmente de sus ojos. Era la mujer más bella de nuestra alta sociedad patricia y la más arisca al momento de aceptar esposo. A principios del siglo XX, sólo cayó prendada por los modales europeos, el regular manejo del idioma y una capacidad del oportunismo, de un judío holandés de apellido Bunge.
Amantes sin razón, y con toda su familia en contra (¿cuándo el amor tiene razón alguna?), Valeria le entrega la administración de unas tierras que heredara, bañadas por el mar. La idea de Bunge era crear una zona exclusiva para recreo de la alta sociedad porteña. Una vez obtenido los papeles, Valeria es poco menos que dejada de lado y el holandés consigue ser aceptado por las familias patricias, siendo el primer judío que ingresa a los salones del Club del Progreso y a la Sociedad Rural que habían fundado, entre otros, los Martínez de Hoz.
Hoy pocos recuerdan que Valeria entregó tierras para que se alzara Pinamar, fundada por Bunge. Y que su nombre –en homenaje morboso- está en Valeria del Mar, dos localidades separadas por un sector de “medio pelo” al que pomposamente se le puso el nombre de: Ostende (tratando de remedar el conocido balneario europeo).
Cuando llegamos a la fiesta, Sol recién se había desperezado en el auto. El viejo casco de estancia, en la zona de Juancho, estaba cubierto por varias enredaderas de Santa Rita, llenas de botones y algunos pimpollos, que preanuncian la época del estallido multicolor.
El olor del asado hizo ronronear mis tripas. Después de las presentaciones, Sol me tomó del brazo.
-“Mmhm ese olorcito. Tengo un hambre…!”
Nos sentamos y fuimos servidos como príncipes. Las mollejas bien doradas, el chorizo de campo (sin atar), la entraña, y los costillares casi jugosos adobados con vino tinto, sal y ajo triturado, (que se coloca sobre la carne mientras se asa) deleitaron nuestro paladar. La sobremesa de dos horas fue con pastelillos bañados en almíbar y un mate generoso de porongo entero (los lugareños lo denominan “chupe y pase”, pues tiene casi un litro del humeante brebaje verde oliva). Sol había dormitado sobre mis hombros, adorada por un Febo que coloreó su joven piel.
Hacia las tres y cuarto, don Calixto (nuestro anfitrión) trajo los caballos para que podamos pasear por el cuidado parque, visitar los corrales y apreciar la alfombra verde amarilla de los girasoles a punto de abrir.
Sol subió a un cansino redomón y yo en el alazán que me acercaron. Traspusimos el parque y bordeamos la inmensa plantación. Me contó sobre su vida, la llegada a Buenos Aires desde su Asunción natal, las peripecias laborales y el hallazgo del Divas Club y el cariño que sentía por su flamante nueva propietaria, la conocida Andrea. Nos percatamos que habíamos ingresado a un sector de monte compuesto por álamos plateados que circundaban una laguna.
El caballo de Sol hizo un movimiento extraño y se arrodilló en sus patas delanteras. La joven se tomó del cuello para evitar caerse. Cuando desmonté para ayudarla, observé que una pata del caballo se había enterrado, como si metiera la mano en una vizcachera. Sin el peso humano, el equino pudo salir del atraco y mientras lo calmaba y ataba a un tronco, la fémina me grita:
-¡”Total, mira el pozo donde cayó el caballo…” –el brazo derecho estaba extendido, señalándome el lugar donde el noble bruto había hundido su extremidad.
Mi corazón comenzó a latir presuroso. El hueco, cubierto de una capa de tierra sobre tablas podridas y mohosas, dejaba al descubierto una cantidad importante de cucharas, cucharones, soperas y tenedores que parecían de plata pura. Ayudado por Sol, agrandamos el hueco y logramos llegar a la tapa de madera que cedió fácilmente pues la madera se había convertido en corcho roído. Ante nuestros ojos estaban varios kilos de valiosa vajilla y juego de té de plata, porcelanas y algunos rollos de tela envueltos en cuero, que suponía se trataba de óleos desmarcados para ser escondidos presurosamente.
Nos abrazamos con Sol y permanecimos mudos durante varios minutos.
-“¿Qué hacemos?” –me preguntó
-“Esto tiene dueño. Debe ser parte de la leyenda de la ‘Estancia El Rosario’ –le dije- “Cuenta el libro familiar de los Guerrero, que el desarrollo de la cría de ganado criollo por el Tuyú, se produjo gracias a los acuerdos que el Restaurador, don Juan Manuel de Rosas, había logrado con los caciques de las tribus que habitaban la zona, para que respetaran las estancias y las familias “huincas”, que las habitaban. Pero, una vez derrocado por las tropas brasileras que financiaron la traidora rebelión de Urquiza, los caciques se alzaron y comenzaron a asolar las estancias más alejadas del Fuerte de Chascomús” –le relaté.
-“Una víctima de esos malones, fue la ‘Estancia Guerrero’. Advertido el propietario, de las proximidades del malón, imposibilitado de transportar la pesada carga de plata, oro, cuadros valiosos y otras obras de arte, que tenía en su propiedad, hace construir varias cajas de madera y las entierra al pie de un álamo. El árbol se alzaba solitario, en esas extensiones de llanura indomable. Para marcar la posición, colgó de una rama un rosario de plata y marfil. Allí comenzó el misterio de ‘El Rosario’. Un tesoro fantasma enterrado que incluía tres cofres de monedas de oro y plata, con los cuales los militares franceses habían pagado a Lavalle, su levantamiento contra el Restaurador (cuando estábamos en guerra contra Inglaterra y Francia). Guerrero lo acompañó, esa fría madrugada, cuando la fragata francesa descargara cañones, fusiles, sables y las monedas de plata y oro para consumar la traición de Lavalle (al que San Martín había puesto el mote de “espada sin cabeza” por su facilidad de ser influenciado con dinero, mujeres o políticos impopulares). Mientras transportaban todo a la Guardia de Chascomús, fueron atacados por las tropas federales y Guerrero huyó con los cofres, que escondió en su estancia. Al poco tiempo de enterrarlos por miedo al malón, murió. Y con él se perdió el rastro del lugar exacto donde estaba el tesoro”. –caminé hacia el caballo de Sol al que acariciamos entre ambos para darle confianza, después del susto. Continué el relato:
-“Cuentan los memoriosos de recuerdos tardíos que, ya anciana, Valeria Guerrero la nieta del ladronzuelo de los cofres de Lavalle, pasaba semanas enteras en la Estancia ‘El Rosario’, nuevo nombre con el cual se bautizó un sector de la ex ‘Estancia Guerrero’. Rodeada de sobrinas nietas, transcurría la soledad elegida para llorar el amor frustrado, cuando una de las niñas vino corriendo a ella con un enmohecido rosario de plata y marfil en sus manos. Comentó que lo encontró colgado de una rama. Inmediatamente saltó a la memoria el viejo relato que pasó de boca en boca. Pero por más que la interrogaron, la niña solo recordaba que estaba colgado de un árbol, dentro de un bosque de álamos. Decenas de aventureros y familiares cavaron enormes hoyos por los alrededores del casco, pero todo fue en vano. Nadie encontró el lugar escogido por Guerrero para enterrar su fortuna pillada a Lavalle y el resto de sus pertenencias”.
-“Hasta que mi caballo metió la pata…” –Sol me miró con su rostro de adolescente.
-“Eso, hasta que el caballo que montabas pisó la tierra y la madera podrida cedió”.
-“¡Guauu…! Cuando se lo cuente a las chicas del Divas Club no me van a creer…”
Tomé el teléfono celular e hice un llamado. Narré lo sucedido al Director del Museo Arturo Jauretche, del Banco Provincia de Buenos Aires. El mismo me aconsejó:
-“No digas nada, Total. Mi gente sale para allá y se hará cargo. Esas cosas pertenecen a la familia Guerrero. Yo hablaré con ellos para que lo donen al Museo. No creo que se opongan. Márcame, si puedes, las coordenadas. A vos te será fácil”.
-“Ayúdame a tapar el hueco” -le dije a Sol- “Mi amigo del Museo va a venir a desenterrarlo y llevarlo donde pueda ser clasificado y custodiado”.
Entre ambos, con las manos, volvimos a cubrir el hueco. Unas ramas secas terminaron por esconder el lugar. Observé la distancia entre el campo sembrado, la laguna y el lejano parque donde estaba el casco de la estancia y memoricé el lugar. El Googlie Earth, haría el resto.
Volvimos y tratamos de disimular el nerviosismo que nos embargaba. Todos creyeron que habíamos aprovechado el paseo, para hacer el amor.
Cuando llegamos a General Madariaga busqué un cyber y entré al programa antes mencionado. 37º 06' 31,70" S 57º 12' 28,77" W. Oeste Noroeste. A 3,5 kms del casco.
Ya en el hotel “Maite”, envié los datos al Director del Arturo Jauretche, mientras Sol se duchaba.
Finalizada la tarea, ingresé al baño ya desnudo. Abracé a la joven y dejé que la tibieza del líquido recorriera ambos cuerpos.
Sus brazos me rodearon e inclinaron la cabeza para que su boca busque la mía. Fue un beso increíble, de adolescente que busca la protección de un cuerpo para entregar el cuerpo. Sus manos me recorrieron con jabón hecho pompas. El tiempo se detuvo y marchó hacia atrás. Era como regresar a los años mozos en brazos de una muchacha recién mayor de edad. Sus caricias eran tan sutiles como el agua que recorría mi piel. La lengua caliente hurgaba mi paladar. Los ojos de la joven estudiaban cada reacción de mi cuerpo, y actuaban en consecuencia.
Cerré el grifo y ella bajó, rozando con sus tiernos labios, desde mi cuello hasta el miembro. Lo atrapó con ansias. Ansias desesperadas de pasión que bullía cada vez más. Pasión de un deseo irrefrenable, imposible de contener. Una piel húmeda buscaba la otra piel. El choque mágico que la Naturaleza guía. El contacto era eléctrico. El roce, un estallido erótico. Su boca absorbía el glande con desesperación ímproba. No permitía la huída de semejante hambredad.
Cada movimiento era diferente. Ninguno era igual al anterior. Ni el placer era igual a otro placer, antes vivido. ¿Sería su piel suave y húmeda, como terciopelo acariciado por gotas de rocío, lo que me hacía sentir esas descargas de temblores exóticos?
Los pequeños pechos de Sol estaban duros y sus pezones enhiestos. La separé de la tarea y ayudé se incorporara. Bajé a sus senos. Eran tan dúctiles y hermosos que entraban en la palma de mi mano. Tomé su seno derecho y lo metí en mi boca. Puedo jurar que ingresó casi totalmente. Como puedo jurar que su sexo tenía el perfume de sus jugos y la tersura de pétalos de caléndulas salvajes.
Fue salvaje. Fue un regreso a épocas añoradas. Fue un instante de una hora. Fue un segundo de sesenta minutos. Fue un relámpago y un vibrar de caricias mutuas, de gemidos, de gritos suspirados y de cuerpos brillosos.
El cuerpo de Sol era un junco. Maleable, liviano, gozado. Un junco que se arqueaba, cuando la penetraba, como si deseara quebrarse en dos para duplicar el placer.
No sé. No recuerdo el momento. Sólo sé que el orgasmo fue mutuo y no dejó reflejo alguno para intentar volver a hacerlo. Ambos experimentamos el grito ahogado de boca cerrada
Abrazados y exhaustos, nos quedamos dormidos. Abrazados y felices vimos la mañana siguiente ingresando intrépida y sin autorización, a través de la ventana.
Gracias, alondra de suave vuelo. Gracias, niña-mujer por darme la felicidad de tenerte. Gracias, Sol, por ser el sol de mi crepúsculo e iluminarme el alma con felicidad sin sombras. Gracias por existir y demostrarme que hay un amanecer en cada beso, en cada caricia y en el prístino reflejo de tu sonrisa.-

Total.esunratito

01/09/2008 20:08

Un MOD piadoso que quite de este lugar el post ya que iba en otra sección, tal como me lo señalaron varios foristas.

Desde ya chas gracias

Total.esunratito

02/09/2008 19:59
La información de ésta página esta desactualizada y es una version antigua del foro cuando se encontraba en otro dominio.

Para encontrar información actualizada por favor ingresa a ForoEscortsAR.com
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