Gatos literarios

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[XP] Alberto y Tina

Hilo del tema

Tengo escritos algunos relatos, fruto de mi experiencia personal, con alguna que otra licencia literaria en otro Foro, que, obviamente, no os voy a decir para no hacer propaganda (los "Jefes" se podrían enfadar). Entre esos relatos hay uno al que tengo mucho cariño (tanto al relato como a Tina) y que creo que podría encajar muy bien aquí, así que os lo dejo.... :wink:

ALBERTO Y TINA

Cuando yo tenía 15 años y estudiaba 6º de Bachillerato, allá por 1975, tuve un compañero de clase, que se llamaba Alberto y era un poco rarito. La mayoría de los otros compañeros, hijos de papá, aprendices de niños pijos, le despreciaban. Bueno, yo tampoco les caía muy simpático. Alberto era un poco retraído, como yo, pero si ganabas un poco de su confianza, era un tío muy majete. Su problema era que el físico tampoco le ayudaba mucho. Era delgado, con un culo redondeado, los pijos le decían que tenía culo de nena, era rubio y siempre llevaba un extraño corte de pelo, corto pero con los pelos de punta. A la vuelta de las Navidades, vino con un aspecto muy demacrado y con el semblante triste. Me costó varios días, pero al final conseguí que me contara su pena.
Su madre era una niña rica que se había encaprichado de su padre. Se habían casado y había nacido Alberto. Más o menos cuando cumplió los 7 años, su madre se encaprichó de otro hombre y tuvo relaciones con él hasta que se enteró su padre. Se tiraron los trastos a la cabeza y se separaron. Cada uno vivía por su lado, ya que en aquella época, el divorcio todavía no estaba legalizado en España. Su madre, vivía de las rentas, heredadas de sus padres y recibía una pensión del padre de Alberto. Esa pensión era íntegramente para el hijo. Cuando se separaron los padres, Alberto se quedó a vivir con su madre y desde la fiesta de Reyes, vivía solo porque su madre le había echado de casa.
Aquí me costó más trabajo sonsacarle, pero al final, prosiguió la historia.
Su madre se acostaba todas las noches con un hombre distinto, bueno, a veces repetía. Él, desde su habitación, oía todo. Los gemidos, los gritos, los alaridos y las palabras soeces que decía su madre. Alberto siempre se había visto atraído por las chicas, pero desde hacía varios meses, miraba con otros ojos a los hombres. Decía él que había cogido asco a las mujeres debido al mal ejemplo que le daba su madre. En la noche de Fin de Año, su madre se había ido a cenar con el novio de turno y le dijo a Alberto que no volvería hasta el día 3 de enero. Alberto también había hecho planes para aquella noche. Había invitado a un chico que había conocido en un pub. Era de Alicante y estaba en Madrid haciendo la mili. Su intención era cenar en su casa y luego, tener con el soldado su primera experiencia homosexual. Habían cenado y mientras sonaban los ecos de la última campanada, se habían abrazado y fundido sus bocas en un apasionado beso. Cayeron en el sofá y se fueron desnudando el uno al otro. Fue Alberto el primero en ser penetrado. Me contaba que tenía su cuerpo apoyado en el brazo del sofá mientras su amigo le penetraba analmente. Había cogido un cojín y lo tenía fuertemente abrazado mientras recibía las embestidas del soldado y que, de repente, el soldado se quedó quieto y se hizo un silencio. Alberto levantó la cabeza y vio a su madre en la puerta del salón.
Ella no dijo nada, solo le miró y se fue dando un portazo. Alberto cayó en la cuenta de que cuando se había ido su madre por la tarde, no se había llevado su neceser, que se había quedado en el hall de entrada. A por el había vuelto y les había pillado en plena faena.
Cuando volvió el 3 de enero, con mucha calma, pero con mucha rabia en su hablar, le dijo que era un maricón como su padre y que quería una explicación coherente, ya que ella, no quería gentuza en su casa. Alberto le contestó que ella era una puta que andaba siempre follando con tíos distintos cada día, y que él nunca le había pedido explicaciones. Su madre no toleró esa contestación, así que le había llevado a unos apartamentos de alquiler (más tarde supo Alberto que la mayoría eran alquilados por horas para aventuras sexuales), con la idea de buscar, mas adelante, un piso para él. Su madre pagaría el alquiler y Alberto viviría de la pensión que le pasaba el padre.
Durante los meses siguientes, nuestra relación se fue estrechando más y más, con las consiguientes burlas de los aprendices de pijo de la clase. Para ellos éramos dos nenazas que nos metíamos mano en los vestuarios. La verdad es que en ningún momento hubo ningún tipo de roce. Era como un código entre los dos. Mucha amistad, salir de cañas, hablar de muchas cosas, ir al cine, pero sin confundir ni entre mezclar nuestras distintas tendencias sexuales.
Llegó el verano, Alberto aprobó todas las asignaturas y yo suspendí más de la mitad, así que mis padres me metieron en un internado de verano que tenía el propio colegio a las afueras de Madrid. En las clases de recuperación, me encontré a los aprendices de pijo, jejeje, mucho dinero pero eran tan burros como yo, que no tenía un duro (ya sé que mal de muchos, consuelo de tontos, pero era un detalle curioso). Cuando quedaban unos días para los exámenes de septiembre, Alberto se presentó en el internado para decirme que iba a hacer una fiesta en su casa y que estaba invitado. Al despedirse, me dijo textualmente: “ No faltes...”
No había terminado de irse, cuando los aprendices, entre risotadas, me advirtieron de la necesidad de llevarme un corcho para el culo en el caso de que fuera a la fiesta.
Pasaron los exámenes (aprobé todo menos latín) y la fiesta era al sábado siguiente, dos días antes de empezar de nuevo el curso. Conseguí la anhelada autorización paternal, con la condición de estar a las 23h en casa, me vestí y me fui a casa de Alberto.
Estaba a tope, había gran cantidad de gente, tanto chicos como chicas. Nada más verme, Alberto me abrazó delante de todo el mundo y me llevó aparte porque quería hablarme.
Me dijo lo mucho que había echado de menos nuestras conversaciones durante el verano y que tenía que darme una mala noticia. Su padre se había enterado de lo que le había hecho su madre y le había pedido que se fuera a vivir con él, a otra ciudad, lejos de Madrid. Él había aceptado, así que ya no estaríamos el nuevo curso juntos. Me dijo que en cuanto llegara me escribiría dándome su nueva dirección de correo y su teléfono, para no perder contacto. Nos dimos un abrazo y salimos a perdernos entre la gente de la fiesta. Estuve un rato por aquí y por allá, con un vaso de algo en la mano. No recuerdo lo que era porque ni siquiera lo probé. Poco después me fui a casa. La verdad es que la noticia de la marcha de Alberto me había afectado un poco.
Pensaba que le iba a echar de menos, pero realmente no fue así. Empezó el nuevo curso. Al principio nos escribíamos bastante, contándonos hasta las veces que nos habíamos tirado un cuesco, pero con el tiempo, las cartas fueron distanciandose y llegó un momento en el que nuestra correspondencia era casi nula. Acabó el curso, por cierto, recuperé el latín con un sobresaliente y saqué en junio todo el curso (milagro! milagro!). Pasó el verano y empecé COU en un nuevo Centro. Fue pasando el tiempo, hice el servicio militar obligatorio y ya ni me acordaba de Alberto.
Acabada la mili, con 21 años empecé a trabajar en un comercio. Un viernes cualquiera, por la noche, iba yo con el coche por el Paseo de Recoletos cuando vi a una chica en la acera que me llamó la atención. Paré el coche a escasos metros y ella se acercó.
-“Hola”, me dijo asomándose por la ventanilla del copiloto, que yo había bajado.
-“Hola”, le contesté
-“Me llamo Tina, podemos pasar un rato agradable, en tu coche o en un cuarto alquilado. Son 1.000 pesetas más el alquiler. Ah, por cierto, soy un chico”
-“No, ... si...yo...en realidad...te había confundido con otra persona...adios”
Se sonrió y se despidió de mí amablemente. Yo arranqué el coche, pero me alejaba despacio. Di la vuelta a la manzana y aparqué en doble fila unos 50 metros antes de llegar a ella.
“Yo conozco a esa chica o chico, de qué la conozco” pensaba yo. Hasta que creí saber de que era. Me acerqué hasta dónde ella estaba y aparqué. Me bajé del coche y me fui directo a hablar.
-“Hola de nuevo, me dijiste que te llamabas Tina, ¿no?”
-“Si, pero no quiero líos ni follones, así que mejor me voy”, me contestó asustada.
-“No, no te vayas, mira si quieres me separo unos metros y hablamos” Mientras me alejaba un poquito de ella, pareció tranquilizarse.
-“Mira Tina, antes te he dicho que te había confundido con otra persona, y es cierto. Bueno, lo que ocurre es que te pareces mucho a alguien que conozco, aunque hace mucho que no le veo. Es un chico y se llama Alberto. Fuimos juntos al colegio X en 5º de bachillerato”
Su cara se iluminó. Me miró atentamente y sonrió:
-“¿Roy?”
-“Si, soy yo, aunque he engordado bastante estos dos últimos años”
-“Ya lo veo. Yo la verdad es que no te hubiera reconocido nunca si no me lo hubieras dicho”
-“A mí me ha costado un poco, pero sigues teniendo el mismo culo de nena, que decían los aprendices de pijo del cole, y los rasgos de tu cara. Y ahora, ese extraño pelo que tenías, te sienta de maravilla como chica”
-“Anda, subamos al coche y vamos a mi casa, que tenemos mucho que contarnos”
Me guió hasta su apartamento. Y allí estuvimos largo rato charlando mientras tomábamos unas copas. Después de acabar el cole, había empezado a estudiar derecho. Estaba en 4º curso y seguía estudiando. Había conseguido librase de la mili pasando tribunal médico y presentando un montón de informes psicológicos, los cuales, alegando homosexualidad, no le recomendaban para prestar su servicio de armas a la Patria. Y lo había conseguido. Su padre le había apoyado en todo, en todo momento. De hecho, le había llevado a Londres para que le hicieran unos implantes en los pechos y le había pagado el viaje y todo lo demás. Pero ahora venía lo más difícil. Quería operarse de sus partes, y esa operación (ahora tan de moda en todos los sitios) solo la hacían en Suiza y costaba un riñón y parte del otro. Su padre no podía ayudarle con tanto dinero, por eso había vuelto a Madrid, para hacer la calle y poder ahorrar lo máximo posible. Hacia las dos de la mañana me despedí de Tina y volví a casa.
Nuestra amistad volvió a estrecharse. Cuando no estaba “trabajando”, nos veíamos en su casa o nos íbamos a tomar copas. A cualquier sitio y, a veces, a locales de “su ambiente”. Conocí a un montón de chico/as estupendo/as. Íbamos al cine o al teatro, íbamos de compras o, simplemente, dábamos paseos por Madrid.
Una tarde me llamó para invitarme a una fiesta en su casa. Era para celebrar su 22 cumpleaños, los dos patitos, como ella decía. (Bueno, os habréis fijado que ya hablo de Alberto en femenino, ya que sus deseos eran convertirse en Tina de por vida).
Fue una tarde bastante amena, estuve hablando con gente que ya conocía de los locales a los que iba de vez en cuando con Tina y con otras gentes desconocidas hasta el momento por mí, o por lo menos, eso creía yo. Ya casi al final de la velada, se me acercó Tina y me comentó:
-“Chico, la tienes en el bote”
-“A quién?”, le contesté mientras miraba a mi alrededor
-“¿Ves a ese grupito de tres que hay junto a la ventana del salón? Pues la morena del medio, la de los vaqueros ajustaditos, se llama Conchi y está loquita por ti desde que te conoció”
-“¿Desde que me conoció?, no recuerdo haber hablado con ella”, le dije
-“Sí, te la presenté en aquella fiesta que hice cuando íbamos al colegio, justo antes de irme a vivir con mi padre”
-“Si tu lo dices...pero no la recuerdo”
-“Pues ella si te recuerda y no sabe que hacer para meterte mano...”
Como en esa época andaba un poquillo necesitado de sexo, le dije a Tina que nos volviera a re-presentar, a ver si colaba y esa noche mojaba. Y así lo hizo. Conchi se separó del grupo de sus amigas (bueno, una de ellas tenía una voz de camionero que tiraba de espaldas) y nos fuimos a charlar a la terraza. Me contó un poco su vida, sin muchos detalles, haciendo referencia a ese día que nos habíamos conocido. Conchi era una chica, que sin ser guapa, tenía un no sé el que de atracción física. Morena, delgada, nariz y orejas pequeñas, boquita, también pequeña, pero sensual. El pecho tampoco lo tenía muy prominente y vestía atractiva, con unos vaqueros muy ajustados, sus zapatitos de tacón y un suéter de color azul clarito, también muy ajustado. Conchi vivía fuera de Madrid y había venido exclusivamente a la fiesta, así que Tina le había dejado una habitación de su casa para que durmiera allí. Y, al final, terminamos en esa habitación, morreándonos. Empecé a tocar su cuerpo, con la sana intención de desnudarla y poder manosear más a gusto, pero ella me cortó y me dijo que me dejara hacer, que ya llegaría mi turno...luego supe porqué lo decía. Yo estaba de pie y Conchi me fue desnudando lentamente, con sus manos y ayudándose de su boca. Ya tumbado en la cama, fue besándome todo mi cuerpo, recreándose en mis pezones, bajó hasta el ombligo. Entrelazaba sus dedos por los pelos rodeaban mi pene, mientras me chupaba los testículos, los introducía en su boca, haciendo una ligera presión y los sacaba. Siguió bajando hasta la abertura de mi ano y lo relamió todo. Sacó, no sé de donde, lubrificante y, mientras me lamía la punta de mi prepucio, echó un poco en mi ano y empezó a darme un ligero masaje. Poco a poco fue introduciéndose mi pene en su boca, succionándolo, mientras con una mano me masajeaba el ano y con la otra me acariciaba los testículos. Yo estaba en el séptimo cielo. Cuando creí que iba a correrme, se separó de mí, se alzó y me susurró al oído, después de besarme: “No te corras, cariño, que quiero que lo hagas dentro de mí”
Metí la mano por debajo de su suéter y casi le arranco el sujetador. Huy huy huy, el tacto de esas pequeñas tetas me dió que pensar, aunque la persiana de la habitación estaba subida, había anochecido y estamos casi en la penumbra. Le bajé los panties hasta las rodillas, mientras ella se quitaba los zapatos y empezaba a meterle mano por las bragas. Ella cambió de posición para quitarse del todo los panties. Pasé mis manos por sus nalgas, por encima de sus braguitas y luego introduje una de ellas por debajo de la blonda, sintiendo sus pelos y, entonces, descubrí porque Conchi me había calentado el cuerpo de esa manera antes de dejarme tocarla y porque había notado extraño el tacto de sus pechos. Poco después supe que Conchi, en realidad, se llamaba Julián.
Ella me miraba atentamente, intentando captar todos y cualquier movimiento de mi cara y de mis manos. Esperaba ansiosa mi reacción. La verdad es que lo estuve pensando. ¡Que cojones!, me dije, me ha hecho una mamada flipante, estoy caliente, hace mucho que solo me hago pajas, y, al fin y al cabo siempre puedo cerrar los ojos mientras se la meto. Así que me alcé sobre su cuerpo y le di un morreo de tornillo, con lengua incluida. Conchi respiró tranquila. -“Prepáratelo para que te la meta, porque yo no voy a chupártelo”, le dije. Conchi reaccionó rápidamente y empezó a lubricarse el ano. En poco tiempo se metía los dos dedos. Sacó de su bolso un condón y me dijo: ”Póntelo, por si te da asco”, pero no me lo puse (en aquella época no se hablaba todavía del Sida, incluso es posible que fuera una enfermedad desconocida), y agarrándola por su cintura, le introduje mi polla por su culo, pegándome a su cuerpo todo lo que pude y empecé un frenético mete y saca. Mientras me corría, manoseaba todas las partes de su cuerpo a las que podía llegar.
Conchi se la sacó y dándose la vuelta me dijo:
-“Ven, túmbate aquí que voy a limpiártela” y empezó a limpiar mi glande con su lengua, “esto no se lo hago a nadie, pero quiero expresarte mi gratitud por no haberme rechazado”
Cuando terminó, la atraje hacía mi y poniéndole mi mano en su culo, nos quedamos dormidos.
Me desperté alrededor de una hora después. Procurando no hacer ruido, me vestí y salí de la habitación y luego del piso y me fui a mi casa.
Una semana después, quedé con Tina. La recogí a la puerta de un centro comercial, dónde había ido a comprarse ropa, según me comentó y fuimos a cenar algo a su casa. Después de la cena, mientras ella terminaba de recoger la cocina, le espeté:
-“Alberto, eres un maricón y un cabrón”. Me miró sorprendido mientras me preguntaba con su mirada.
-“¿Porqué no me avisaste de que Conchi era un tío? Mariconazo!”
Tina sonrió y me dijo:
-“¿Si te lo hubiera dicho, te la habrías follado?”
-“No creo. Seguramente ni siquiera le hubiera metido mano”
-“Pues ahí está, ella disfrutó, tu disfrutaste, follásteis los dos. Solo me dijo que le hubiera gustado que no te fueras a la chita callando para haber repetido”
Tina me contó que se llamaba Julián, que vivía en Salamanca. La había conocido en Londres, también se había operado allí del pecho y hacía la calle, al igual que ella, para conseguir dinero para la operación en Suiza.
Pusimos la tele y preparamos unos cubatas, pero la programación de aquella noche dejaba mucho que desear.
- “Bueno, Tina, y que te has comprado ésta tarde?”, le comenté
- “Ay, un montón de cosas, para estar muy guapa”.
- “No, si ya sé que han sido un montón, porque hay que ver la cantidad de bolsas que me has endiñado para que te las trajera hasta casa..., por lo menos, me podrías dejar verlas”
- “Mejor que eso Roy, voy a hacerte un pase, a ver que te parece a ti” y Tina se fue a su habitación.
Hizo un perfecto pase de modelos, enseñándome faldas y blusas que se había comprado. Una vez, se desabrochó la blusa y me enseñó un sujetador rojo. Aparentemente, la operación de pecho que le habían hecho en Londres había resultado bastante bien.
Unos diez minutos después, salió de la habitación y se presentó en el salón con una bata. Por debajo, observé que llevaba medias y zapatos de tacón. Apagó la tele, puso música orquestal, me miró, me hizo un mohín con su boquita y se abrió la bata. Yo sabía perfectamente que Tina era Alberto. Que era un chico, bueno, medio chico, es decir, que tenía rabo, pero os juro que lo que vi hizo que mi rabo se pusiera más tieso que el palo de un gallinero. No era algo que no hubiera visto ya. Tan solo vestía con zapatos negros de salón, medias con dibujos calados, liguero, bragas pequeñas (parecidas a lo que ahora llamaríamos tangas) y sujetador, todo ello de color negro. Pero que cuerpo tenía la amiga Tina.
-“Parece que te gusto...”, me dijo
-“Mira, Tina, sal y cámbiate, porque si no, te violo aquí mismo”, le contesté
-“Huummm, de eso se trata Roy”, me dijo mientras se bajaba una hombrera del sujetador y dejaba al aire un pecho, redondito con un pezón desafiante
Ni Tina, ni Alberto, ni homosexuales, ni travestíes, ni maricas, ni nada de nada. No pensé en nada de nada, solamente me levanté, la rodee con mis brazos y empecé a besarla mientras la acariciaba. Besé sus mejillas, el glóbulo de sus orejas, su cuello. Besé su pecho, sus pezones.
Me llevó a su habitación y tumbados en la cama, seguí besándola por todo su cuerpo. Cuando llegué a sus braguitas, ella me puso la mano en mi boca y me enderezó, obligándome a tumbarme. Me desnudó y empezó a besarme como yo lo había hecho antes con ella. Y al igual que me había hecho Conchi una semana antes, pero con mayor exquisitez, Tina me hizo una mamada impresionante con caricias por mi culo incluidas. Cuando estaba a punto de correrme, sentí un impulso irresistible de cogerle su paquete. Ella se dejo hacer y así, mientras me llegaban las primeras convulsiones de la eyaculación, yo le estaba acariciando su pene. Me corrí en su boca y ella se encargó de limpiarme, relamiendo hasta la ultima gota, mientras, yo seguía sobando su miembro. “¿Te atreves?”, me susurró. Y la verdad es que sí me atreví. Si me lo hubieran dicho unas horas antes, lo hubiera negado. Y aun hoy no sé que fue lo que me paso por la cabeza, pero lo cierto es que le chupé la polla a Tina y disfruté con ello. Le chupé los huevos y le metí los dedos por el culo. Aunque cuando se corrió, lo hizo en mis manos, no dentro de mi boca y yo no se la limpié como había hecho ella conmigo. Después le penetré analmente y estuvimos toda la noche retozando.
Fue la primera y única vez que le chupé la polla a un tío. No me arrepiento de ello, pero no he vuelto a repetir, esa ocasión fue algo espontaneo, muy especial por haberlo hecho con Tina y justamente por eso, no he vuelto a hacerlo. Estuve muchas veces con Tina y en todas ellas disfruté, ya que, por un lado, estaba con Alberto, el cual era mi amigo y yo le quería como tal. Por otro lado, estaba con Tina, a la cual yo deseaba como mujer, aunque no lo fuera, y también la quería por eso.
Han pasado los años y Tina pudo, por fin, operarse en Suiza. Actualmente ha conseguido que el Ministerio del Interior le modifique el sexo y el nombre de su DNI. Tina está trabajando y es feliz. Tiene muchos amigos pero muy pocos sabemos su pasado. Seguimos follando cada vez que nos apetece. Ahora le como su chochete antes de penetrarla vaginalmente y, de vez en cuando, para recordar viejos tiempos, practicamos sexo anal y mi culo sigue virgen.
Mantenemos contacto por internet con Conchi y, aveces, nos conectamos por el Messenger para hablar de los relatos eróticos que leemos en foros de relatos. Ah, por cierto, doy fe de que el chochete de Conchi también está muy rico. A veces hace una escapada de Salamanca y viene unos días a casa de Tina. A veces follamos los dos, y, a veces, nos montamos algún trio....

Roy
Roy busca un clítoris para degustar
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02/10/2005 19:19
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