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[INF] Penélope y Papá Noel

Hilo del tema

[color=darkblue:e6db50a6f9]Cuenta la leyenda que un par de días antes de Navidad, precisamenta la mañana del 23 de diciembre de cierto año que no viene al caso, Papá Noel se despertó inquieto y perturbado.
La suya no era una sensación nueva ni desconocida, pero era insoslayable.
Entendiendo claramente de qué se trataba, se calzó sus mejores botas y después de andar un largo trecho entre nubes que traían tiempo inestable con poco cambio de temperatura, se presentó ante el Portal Divino y decidido, como quien ordena un trago, le dijo a un Ángel Guardián que quería hablar con Dios.
Por esas cosas del destino, o porque la historia así lo requiere, Dios estaba apenas a unas estrellas de distancia, esperando a que el Ángel llegara a preguntarle si podía atender a Papá Noel. Condescendiente –como cuentan que es Dios–, se acercó enseguida y no tardó en reconocer a la visita.
[i:e6db50a6f9]–Noel, mi querido amigo... ¿qué lo trae por estos lados? Es víspera de Nochebuena...
–Sí, Señor, lo sé, y no vaya a creer que vine para quedarme –[/i:e6db50a6f9]dijo con voz suave y segura[i:e6db50a6f9]–. Me están pasando cosas, ¿sabe? Lo de siempre... y me gustaría que me diera permiso. Usted entiende... la ansiedad, la soledad... ¡Y mañana voy a tener un día tan ocupado![/i:e6db50a6f9]
Parece que con su santa paciencia, y entendiendo perfectamente de antemano todo cuanto sucedía en esa alma buena, Dios le concedió su venia, y después, serio como una misa, le advirtió:
[i:e6db50a6f9]–Ojo con lo que vaya a hacer por ahí abajo, Noel.
–Usted sabe bien cuál es mi conducta –[/i:e6db50a6f9]y agregó ante el asombro de un par de ángeles curiosos[i:e6db50a6f9]–, así que si tiene dudas véngase conmigo que lo charlamos con unas copas de por medio.[/i:e6db50a6f9]
Y dándose vuelta, Papá Noel se alejó, como si de pronto fuese él, el verdadero dueño del tiempo.

De orgulloso, nomás, y aunque suene a cuento, Dios finalmente lo siguió nube abajo.
Y anduvo con Noel como dos tipos ya grandes, yirando por las calles del centro, y lo acompañó en unas porciones de muzza recalentadas y largos tragos de tinto barato. Después, con la noche ya avanzada, rondaron por las calles de Flores, hasta detenerse en uno de esos sitios de luces rojas, humo dominante, polleras ínfimas y amor de alquiler.
Ya dentro de aquel lugar, sentados en la mesa más apartada, el Señor, tal vez conmovido por la dulzura de tanto Fernet, confesó moqueando su amor imposible por una pecadora. Noel aprovechó para aconsejarle lo mismo que alguna vez le oyera decir a su padre: [i:e6db50a6f9]"A las mujeres hay que tratarlas con ternura y cariño, pero enseguida hay que hacerles sentir el rigor, para que no se agranden".[/i:e6db50a6f9]
Casi a la madrugada, Dios estaba bastante borracho, pero esto no le impidió recordar que tenía que volver al cielo. Apoyándose en Noel, salieron a la vereda, y cuentan que, cuando miró hacia arriba, para el lado de las Tres Marías, dijo con voz entorpecida de alcohol: [i:e6db50a6f9]"Carajo, qué lindo que se ve desde acá abajo... [/i:e6db50a6f9]–y sentándose en la entrada de un edificio vecino, agregó: [i:e6db50a6f9]–Me parece que me quedo con usted hasta el alba".[/i:e6db50a6f9]
Pero apenas terminada la frase, la bebida hizo su efecto y un par de Ángeles Guardianes debieron aparecer, presurosos por velar ese Sueño Sagrado. Y se encontraron con Dios, dormido como un bebé, acurrucado al lado de Noel. [i:e6db50a6f9] –Llévenlo nomás al amigo –[/i:e6db50a6f9]les dijo[i:e6db50a6f9]–. Con siete u ocho horitas de sueño se le va a ir la tranca. Díganle que otro día subo a visitarlo con más tiempo... ¡Feliz Navidad![/i:e6db50a6f9]
Ya solo, Noel saludó al Portero y volvió a su mesa a terminar aquello por lo cual había venido.
No era la primera vez en su prolongada existencia que lo dominaba esta terrible necesidad de cariño, de afecto. Esta necesidad de piel. "Soy Papá Noel, solía decirse a sí mismo, pero también un hombre. Y aunque tal vez sea uno de los seres más queridos del mundo, eso no me alcanza"...
Por eso ahora, ya libre de tan ilustre compañía, podía abandonarse a sus sentidos y explorar el sitio donde estaba. El local, dominado por penumbras y figuras de formas irregulares a fuerza de luces titilantes y humo de cigarrillos, estaba en su apogeo. Mientras estuvo acompañado, ninguna de las muchas mujeres que circulaban entre las mesas se había acercado. Pero no por Temor Divino, sino porque dos veteranos, y para colmo uno borracho, no son un negocio prometedor... Pero ahora que Noel estaba solo, todo había cambiado. Mujeres de sonrisa cansada, algunas irreverentemente jóvenes, le ofrecían sus cuerpos. Sin embargo, ninguna anatomía, por voluptuosa que fuera, lo conmovía. Ninguna expresión, por convincente que sonara, despertaba su deseo.
"¡Qué tontería, la mía, esto de pretender, además de un cuerpo, también un alma!" –se decía a sí mismo– "¡Cómo me gustaria ser solo uno más! Uno del montón, uno cualquiera, y que me estuviese permitido enamorarme, y formar un hogar, y escaparme de trampa un sábado por la noche, y el domingo recibir los retos de mi mujer, y el domingo hacerle cariños para que me perdone, y el lunes tener el corazón blandito para repartir alegría entre los que me rodean. Y haber ido a una Facultad para recibirme de algo. Y poner todo en peligro, alguna vez, preso de la pasión por el cuerpo de una de estas muchachas."
Las trabajadoras del sitio iban desfilando en vano por sus rodillas, y el hombre, mientras acaso las escuchaba, se repetía: [i:e6db50a6f9]–Hoy no quiero una mujer con piel de valija.[/i:e6db50a6f9]
A lo largo del desfile de caras, Noel se había detenido a observar a una chiquita de ojos oscuros que, sentada en una banqueta del extermo de la barra, fumaba ajena a todo cuanto pasaba en el sitio. Siguiendo un impulso repentino, y mirándola directamente a los ojos, le hizo un gesto vago. La chica miró a uno y otro lado y tras asegurarse que el gesto la tenía como destinataria, se paró displicentemente y se acercó al hombre con pasos de desganada sensualidad.
[i:e6db50a6f9]–Hola, ¿trabajás?.
–Claro que sí, lindo. ¿Soy Penélope; me invitás una copa... o querés que hagamos algo?[/i:e6db50a6f9]
Había un brillo indiferente en su mirada y en su trato que, lejos de quitarle valor, lo incrementaba. Noel la observó de arriba a abajo justipreciándola y no pudo dejar de caer en el lugar común y preguntarse qué hacía una chica como ella en un lugar como ese. Tenía más de veinte, pero no más de veinticuatro. Una piel suave y morena. Su voz arrastraba un leve acento norteño y su risa era de esas que al mismo tiempo iluminan la mirada.
[i:e6db50a6f9]–¿Penélope como la de la canción? Pensé que no estabas trabajando... como estabas siempre en el rincón...
–Y, ya sé que no es lo mejor, tengo problemas con el dueño por eso, pero hay días, como hoy, que no me da por buscar. Yo estoy ahí, a la vista de todos, el que quiere, me encuentra... Como vos, que me encontraste, bebé. ¿Qué vamos a hacer... tomamos algo o pasamos?[/i:e6db50a6f9]

Le preguntaron si quería ir a las habitaciones de arriba o al Hotel de la otra cuadra.
[i:e6db50a6f9]–Arriba no está mal, papito, pero es un desfile de gente. Si tenés guita, es mejor el telo, te puedo mimar con más comodidad [/i:e6db50a6f9]–le informó la hermosa.
Caminaron de la mano y en silencio los escasos cien metros que los separaban de la habitación de alquiler. Una vez adentro, Noel la despojó lentamente de sus cáscaras y la fue conociendo y reconociendo en su totalidad. La muchacha se abandonó por completo a toda esa ternura lenta y sabia y se dejó llevar por caminos que creía conocidos, pero no... caminos que todavía la sorprendían y la conmovían hasta los mismos cimientos.
Noel la bebió con sed inusitada, la bebió con sed de hombre distinto, de hombre necesitado. Chapoteó en su boca placeres húmedos y amables que mañana sabrían a recuerdos casi malditos, pero que esa noche había elegido ignorar.
Ella, con sabiduría de hembra, supo reconocer todas y cada una de las carencias de ese hombre cincuentón, y las fue saciando una a una, implacable. Las yemas de sus dedos sobre la piel de hombre sembraron esas sensaciones que el azar del los recuerdos suele empecinarse en elegir. Y lo amó con la urgencia de su sangre joven, con los recursos propios de su profesión y con un cariño casi maternal que la llevó a abrirse y entregarse como nunca lo había hecho con un cliente.

Depués, cuando la pasión desmedida cedió su espacio a las tenues caricias, Noel no pudo o no quiso dejar de preguntar. La historia de Penélope era una secuencia de hechos reiterados y antiguos, pero no por eso menos dolorosos: carencias, abandono, sufrimiento, hombres equivocados, embarazo no previsto, más necesidades, el fantasma del hambre...
[i:e6db50a6f9]–A veces pienso que una noche voy a conocer alguien que me va a sacar de todo esto. La semana pasada estuve a punto de largar todo. Pero tengo un hijo... y mañana es Navidad.[/i:e6db50a6f9]
Luego de susurrar esto último, ella había cerrado sus ojos dormitando.
Noel la miraba embelesado queriendo eternizar el momento: "–Ella me lastima –pensaba–. Las curvas de sus pechos me lastiman. ¡Si tan solo pudiera dormirme y creer que no soy quien soy! Tu cuerpo Penélope, sólo tu cuerpo existe en este momento... todo lo demás es algo menos que nada. Quisiera ser tu cielo, por un rato, y cubrirte, y explicarte las nubes y los pájaros; y envolverte y acapararte, quisiera que hundieras de nuevo tu cuerpo en mi y al rozarme sintieras la textura de mis debilidades. Pero no sé como imponerme a mi propio destino, ni a tu cuerpo que me abarca, ese cuerpo necio, increíble y aniñado, que ahora me ignora amablemente."

Quedaba tiempo. El pacto convenido decía que la entrega aún debía continuar. Pero Noel ya no estaba en condiciones de hacer uso de aquello por lo que había pagado. Una frase de tres letras (...mañana es Navidad), una mera frase lo había enfrentado con eso que él era. Y ya nada podía volver a ser lo mismo de antes.

La despertó con amabilidad. Ella se ofreció una vez más, abierta y jugosa –él le gustaba–, pero al saberse rechazada, optó por una ducha tibia y copiosa. Mientras se enjabonaba, el hombre la interrogó con interés verdadero. [i:e6db50a6f9]"Juan [/i:e6db50a6f9]–respondió ella–[i:e6db50a6f9], seis años. Me pidió una bicicleta, pero van a ser patines... la cosa no da para más..."[/i:e6db50a6f9]
Noel la ayudó a secarse y luego la arropó casi como un padre, con infinita ternura. Los gestos de aprecio continuaron y desandaron el camino hacia el boliche abrazados como enamorados.
[i:e6db50a6f9]–¿Te voy a ver de nuevo? Si querés, te doy mi celular y podemos arreglar para que vaya a tu casa o encontrarnos en algún hotel antes de entrar al trabajo, si querés, claro...[/i:e6db50a6f9]
Él la miró en silencio y dijo que no, sin palabras, pero con un gesto de todo su cuerpo. Al despedirse, luego de estrechar las manos pequeñas dentro de las suyas, Noel le dijo: –[i:e6db50a6f9]"Con el paso del tiempo voy a perder el recuerdo de tu aroma. Pero me llevo conmigo tus suspiros, como quien guarda una flor dentro de un libro. A partir de hoy, vos, Penélope, sos mi primavera. Feliz navidad".[/i:e6db50a6f9]Y desapareció.
La chica se quedó reflexionando por qué sería que los hombres que más le gustaban resultaban ser siempre, de lo más extraños. Y entró al Cabaret, y ya no pensó más en él.

Cuentan que desde ese día, Papá Noel solía andar con la cara larga, melancólico y distraído, y que mientras preparaba los innumerables regalos que luego repartiría, se le oía tararear aquello de una tal Penélope; esa del bolso de piel marrón y zapatos de charol...
Y que un niño llamado Juan, pudo disfrutar a pleno de la Navidad junto a su madre que –asombrada–, no terminaba de entender cómo un prendedor de oro maciso de valor incalculable, con las ocho letras de su nombre talladas con elegancia, podía colgar como al descuido, del manubrio de una insospechada y flamante bicicleta, para seis años. [/color:e6db50a6f9]

Feliz Navidad para las Penélopes, los Pápá Noel y para
toda la gente de este maravilloso Foro.

El Sobrevivienteh

20/12/2004 3:12
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