EL CANTO DEL PAJARO MUERTO.
Por Jorge Eduardo Rulli.
Vivimos a diario con la sensación agobiadora de estar en el territorio de las palabras pequeñas, un territorio de páramo donde no se puede asentar nuestra existencia, en el inhóspito universo del discurso y de la publicidad en que se nos prometen maravillas y todo termina saliendo mal, sencillamente porque no podría terminar de otra manera.
Lo que estamos construyendo no es una comunidad a la escala del hombre, sino un simulacro de sociedad en que encubrimos nuestros terrores con el maquillaje de una globalización que se compone de sucesivas capas de mentiras
Necesitamos las palabras grandes, esas palabras que refieren a la existencia misma, a nuestros sueños, esas palabras que nos aceleran los pulsos y que al oírlas sentimos como el flujo de la adrenalina nos golpea y el corazón cansado, vuelve a galopar como lo hiciera tantas veces. Tenemos hambre y sed de palabras grandes.
Hambre y sed de un proyecto de Nación.
Tenemos necesidad de volver a creer que podemos, que nuestros derechos son reconocidos no tan solo en el pasado en que fueron pisoteados, sino también ahora cuando son pisoteados a diario de otros modos tan perversos, aunque se haya sustituido la sevicia de ayer por la indiferencia de hoy
Tenemos necesidad de creer en otras democracias posibles, donde no se nos convoque tan solo a votar por el menos malo en opciones largamente construidas por los maquiavélicos, los mediocres y los mariscales de todas las derrotas desde los años setenta hasta el presente.
Democracias donde participemos y donde el día del acto electoral sea un día entre tantos otros, un acto más, no el más importante ni aún menos todavía: el único
y donde no debamos actuar ante la extorsión de tener que detener a la derecha, cuando sabemos que esta operatoria fue cuidadosamente maquinada para que tuviésemos la opción de hierro de tener que optar a contramano de nuestros sentimientos y apoyar al progresismo.
Me niego por principios a toda extorsión.
Me niego rotundamente a elegir el collar del perro y no al perro.
Ellos, los que no creyeron que lo mejor podía ser enemigo de lo bueno, los que alguna vez pensaron e hicieron frente a un gobierno constitucional, doctrina de la consigna cuanto peor mejor, ahora, que están en el gobierno y que se ven en riesgos, nos aconsejan y presionan para que no hagamos lo mismo, lo mismo que ellos alguna vez repitieron con pertinacia hasta el hartazgo
¿Con qué autoridad moral se atreven a reconvenirnos?
Digámoslo claramente, no está en juego en estas circunstancias el modelo que sustenta la dependencia argentina.
No se vota a favor o en contra del modelo de la agro exportación
no se vota a favor o en contra de la biotecnología o a favor o en contra de los Agrocombustibles
no se votan políticas de Estado, sino tan solo y apenas la gestión del Estado, del Estado así como esta ahora, en que las políticas públicas las diseñan las empresas corporativas
Digámosles entonces, que no se inquieten tanto, que en todo caso es un relevo dentro de la misma clase política, que en la peor de las circunstancias no habrán de transcurrir muchos días para que se entiendan y aúnen en el mismo proyecto de país transcolonizado que en el fondo comparten.
Es, por otra parte, como un sino que el progresismo le haga el juego y el lugar indefectiblemente al poder desnudo de la burguesía prebendaria.
¿Será tal vez, que la gente se aburre del discurso progresista, será acaso que en el territorio inhóspito e impiadoso de lo empresarial la gente prefiere al dueño del circo y no a los que nos divierten con sus morisquetas?
¿Quién no se hace preguntas en estos días?
¿Quién no se auto flagela un poquito en estos días de junio con los recuerdos de Malvinas, con los recuerdos del bombardeo a la Plaza de Mayo, con los recuerdos de los fusilamientos de la Libertadora
?
Tanta historia ha corrido por estas tierras que vale la pena acomodarse un poco en el estar siendo, tal como nos enseñaba Rodolfo Kusch, sorber un mate y reflexionar sobre la vida
Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol dijo alguna vez el Reverendo Martir Luther King.
En otra oportunidad desde las escalinatas del Lincoln Memorial durante la histórica marcha sobre Washington, en un momento de su discurso, dijo: Sueño que un día, incluso el estado de Missisissipi, un estado que se sofoca con el calor de la injusticia y de la opresión, se convertirá en un oasis de libertad y de justicia.
Querría tener un sueño como el de Martin Luther King, quisiera en verdad, que lo tengamos juntos a través del éter, que a través del éter compartamos un sueño antiguo y siempre renovado.
Otro país es posible.
Ese país que soñamos es posible. No defeccionemos, tal como dijo Eduardo Galeano, dejemos el pesimismo para tiempos mejores
Este es un final de época, por lo tanto, un cambio de época se avecina, se siente en la piel y en la médula de los huesos la vibración de lo que viene.
No sabemos cómo será, pero todo anticipa que no será más de los mismo, que no será el ratón que pare la montaña, que este país de sojeros y expulsados de la tierra, este país con millones de planes asistenciales y con algunas decenas de miles de camionetas flamantes cuatro por cuatro, que este país tan asimétrico que pareciera haber roto con todas las reglas y con todos los equilibrios, este país esta por generar algo nuevo que no sabemos aún qué será
pero que será otra cosa
Volvíamos reconfortados hace dos noches de una entrevista con Monseñor Bergoglio, reconfortados porque le habíamos podido expresar la necesidad de volver a las palabras grandes y evitar las trampas de las palabras pequeñas y de las confrontaciones estériles.
Le manifestamos, asimismo, nuestra convicción acerca de una crisis terminal arrastrada por el modelo de las sojas transgénicas, modelo que podría desorbitarse totalmente con los crecientes incentivos del mercado internacional de los agrocombustibles.
Él a su vez, nos habló de Chiapas y de sus cientos de nuevos diáconos mestizos, nos habló de la nueva Iglesia que resurge desde la América profunda e insurgente, nos habló también, de la preocupación por la ecología y por la obra de Dios amenazada por el Cambio Climático, en la reciente reunión de los Obispos en Aparecida.
Fue un buen diálogo.
Un diálogo de argentinos preocupados que buscan las palabras grandes, no para hallar soluciones como nos enseñaba Kusch, que posiblemente no las haya, sino para hallar caminos de sanación, caminos de salvación, porque es importante recuperar lo sagrado en la política y reencontrar el mensaje profético que alguna vez tuvimos, especialmente en los momentos difíciles y aún más todavía, cuando la vida de la especie sobre la Tierra sufre semejantes y tan graves amenazas.
Volvía reconfortado de esa entrevista y gracias a TBA y a que fuera un viernes por la noche me vi de pronto envuelto, allá entre el segundo y el tercer cordón del Gran Buenos Aires, en la triste alegría de los pobres, alegría un poco forzada pero que en los quioscos de comida chatarra y de mala cerveza, y bajo la música bailantera, anticipa el descanso del fin de semana.
La pobreza y la indigencia de esta pobre argentina suburbana, que aún comparte y baila, que ríe y que mueve las caderas en las adolescentes al ritmo de la cumbia, y los niños participando a su manera entre los mayores, con su naturalizada bolsita de pegamento cada uno de ellos, y también algunas adolescentes aspirando el veneno que les quema el cerebro y los que no, dándole al faso y a la birra, calentando su alegría y su pobreza bajo el frío terrible de estas noches de otoño con el cambio climático, festejando el milagro humilde de estar juntos y de compartir.
El ágape antiguo se repite de nuevo cada vez, con el pan de trigo y ahora de soja, y el sabor del encuentro que nos promete el holding belga brasileño de una mala cerveza.
No encubren su animalidad bajo trajes costosos y agendas bajo el brazo, disfrutan simplemente el estar juntos, el sentirse próximos y el poder obsequiar al otro con lo único y lo poco que el sistema les permite tener.
Todos los acentos provincianos se mezclaban en ellos y también eso gritos del campo y esas voces fuertes de los que no son de la ciudad y aún no se han acostumbrado del todo al asfalto y al estar tan juntos...
Una nueva generación de expulsados de la tierra inunda las barriadas y se cruzan y se mezclan en ese ecotono del Kilómetro treinta al sesenta, con los sectores medios que huyen de la inseguridad y de la contaminación de la gran ciudad.
Recordaba otras épocas, en la zona de Palermo y Plaza Italia, cerca de donde yo vivía, los colimbas y las empleadas cama adentro vestidas como señoras, en su noche libre del fin de semana, las parejas enlazadas bajo el monumento a Garibaldi, y muy cerca, sobre la Avenida Santa Fe la enramada: ese bailongo mitológico; y el ritmo del chamamé, y nuestros ojos azorados de niños descubriendo el mundo nocturno de los adultos pobres, que en casa se nos señalaba casi como ominoso, y que a la distancia y desde esta Argentina de hoy, empobrecida, redescubro ingenuo y hasta delicado, y que además nos permitíamos observar desde la enorme seguridad incorporada que teníamos entonces, de ser los únicos privilegiados.
Eramos los únicos privilegiados, los que éramos niños, ¿qué duda cabe?
Lo recuerdo y veo a estos niños de la argentina sojera que bate record de exportaciones y que gracias al progresismo en el poder y al modelo vigente, tiene índices chinos de crecimiento de su producto bruto, y los veo drogándose con el pegamento, seguramente prostituyéndose o matándose con el paco y me estremezco, no porque presienta el cambio que viene, sino de bronca contenida por tanto discurso mentiroso
En la ciudad son muchos los niños que mueren por la desnutrición, por el pegamento y por el paco; en el campo son otros más los que mueren por hacer de banderilleros, porque en la Argentina un niño vale menos que un aparatito de GPS, esos de posicionamiento satelital que indican donde termina el propio campo y comienza el del vecino, y mueren gaseados o acaso por leucemia, simplemente porque tuvieron la desgracia de vivir en una casa de pueblo chico, cuyo vecino lava allí mismo los mosquitos impunemente, aunque la ley se lo prohíba.
Los niños son a una sociedad como los pajaritos que alguna vez y todavía, llevan con ellos los mineros del socavón.
Si el pajarito moría, el minero sabía que tenía los minutos contados y escapaba.
A nosotros se nos mueren los niños por desnutrición, por el paco o por el cáncer que provocan los venenos que acompañan el modelo sojero, y aún no atinamos a levantarnos masivamente contra una sociedad injusta y caníbal, particularmente con los más pequeños e indefensos. .
No sé qué líderes se estarán generando entre esas cabecitas morenas, entre esos niños que distan de ser los privilegiados de esta Argentina del siglo veintiuno, qué lideres del mañana habrá acaso entre ellos para un futuro que, tal como nos enseñaba el cura Jorge Galli, se hace cada vez más incierto, pero es verdad que algunos de ellos determinarán el futuro que viene y que una pequeña burguesía ensoberbecida en el usufructo del poder intenta contener, mientras se enfrentan las tribus partidocráticas entre ellas, como en un final de campeonato.
Los otros, los más, por ahora siguen en la popular, el día que decidan saltar a la cancha muchas cosas comenzarán a cambiar en este país
Es largo, pero me parecio bueno compartirlo con Uds.
Total.esunratito
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