Les dejo aqui un artículo publicado en [b:91e26d6cde]La Revista[/b:91e26d6cde] del domingo pasado
[size=24:91e26d6cde]Estación 24[/size:91e26d6cde]
[b:91e26d6cde]por Rolando Hanglin[/b:91e26d6cde]
En la vida de todo varón bien nacido (ese calvario) hay varias estaciones. Hoy quiero hablar de una en particular.
El hombre se casa con su novia y tiene hijos. Trabaja y compra casa. Progresa, pero también soporta las crisis. Ahorra, pero sin suerte. Engorda y adelgaza, mientras su fiel esposa hace más o menos lo mismo, desde su ángulo. Los dos van perdiendo la frescura de los 20 años. Llega un momento en la vida de este hombre, a los 30, los 40 o los 50 años, y aun mucho después, en que lo asalta la pasión del viejo verde. En el subte mira a las estudiantes. En la playa se queda con la boca abierta ante las adolescentes. Se enamora subrepticiamente de la amiga de su hija.
Acaba de desembarcar en la Estación 24. Son los años que ella tendrá. Tarde o temprano se encontrará con una chica así. Idealista, llena de sueños, sin un peso en el bolsillo. Estudiará Sen o Levy-Strauss o butoh, desilusionada de un par de noviecitos haraganes que nunca sirvieron para nada. Sola. Pura. Querible. Necesita protección. Y el hombre, desgastado y con los sueños ya sin perfil, inventa en esa mocosa su pasión imposible.
Se divorcia de su mujer, que tal vez nunca lo comprendió. Seduce a la chiquilina. Juega al papito poderoso, ya que él puede pagar un restaurante, puede alquilar un departamento. ¡Milagro! Hay un hombre que puede.
Y el señor de 30-40-50-60 se siente recompensado. Abre la billetera y ayuda a los padres de la muchacha, a los hermanos, a los cuñados, costea sus estudios, la lleva de viaje a Europa, la pasea por los teatros, las boutiques.
El hombre está contento. Por fin logró capturar a ese bello pajarito de plumas coloridas. Lo tiene preso en su jaula de oro. Lo acaricia, lo alimenta, lo besa en el pico. ¡Y cómo ama el pobre diablo a ese producto de su ilusión! La piel tersa, los labios frescos, las piernas sin grietas, los pechos pequeños... Todo le parece genial. Se siente reconocido por la vida. Una fantástica mocosa le manifiesta su amor. Y él ha logrado huir de las convenciones burguesas, las tías pesadas, los bautismos, los cumpleaños, los compromisos aburridos de la clase media. ¡Burgueses son los otros! Así dice: "Yo me encuentro joven a mis 65 años, y tengo una novia de 24 que a todos les produce envidia y deseo y horror".
Atención: no todos los de 30-40-50-60 consiguen una novia de 24. No todos se divorcian. No todas las amantes son bellas, buenas y puras. Pero el latiguillo de la Señorita 24 se mantiene invariable: "Soy inocente e idealista, me gusta el sexo y te ofrezco mi cuerpo bueno, estoy más allá de las propiedades y los negocios, sólo me importa tu amor..."
Un día, el viejo capitán descubre que la nena tiene novio. O, peor, que ya está grande y la carita de niña se convirtió en galleta. O, peor, que no puede sostener el personaje al que se habían habituado: ni aritos en el ombligo, ni peinado punk, ni blusas transparentes, ni tatuajes. Nada. Llega un día en que la Nena 24 quiere ser una señora como cualquier otra, con sus rutinas, sus propiedades, sus hijos, sus poderes, su independencia, y esto y lo de más allá. Un ser li-bre. Sin protectores.
No era lo pactado.
Cuando el hombre despierta, la Chica 24 se fue. Dejó vacíos los roperos. El hombre se siente saqueado y estúpido. Se mira al espejo y dice: "¿Yo qué fui, un escalón en la trepada social de esta mujer...? ¿Y la amé tanto como yo creía amar durante una semana, o dos años, o dos lustros? ¿Qué tengo en la cabeza? ¿Qué tiene ella en el corazón?".
El hombre entonces repliega sus alas, bucea en sus pensamientos y trata de alcanzar la sabiduría. En realidad, ella no se atrevió a enfrentar la autoridad paterna del amante y prefirió la oscuridad como las cucarachas y las comadrejas, que no resisten el sol.
Si usted siente, amigo lector, que le ha tocado jugar un papel ridículo, no olvide que a todos nos pasa. Ojo: a los 30, 40, 50 o 60 y aun después.Le ocurrió al mismísimo Alain Delon, que a los 68 años se vio abandonado por una maravillosa mujer joven con la que tenía dos hijitos (¡era tan feliz!) y de ahí manifestó sus deseos de suicidarse.
A todos nos puede tocar. ¿OK?
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* El autor es periodista y escritor
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