Cuento una xp vieja: solo para desmentir a los que creen que el BDSM es una practica exclusiva de una elite podrida en guita.
Yo tenia 24 - 25 años y laburaba solo los fines de semana. Como me había acostumbrado vivir con esa guita; cuando agarraba un mango extra, me iba de putas sin problemas. así la contacte a Analia.
Analia tenia 21 años: se había venido de Rosario con una mano atrás y otra adelante. Acá la estuvo viviendo un 840, hasta que convenció a dos amigas de que se alquilaran un depto solas ( paso por alto la descripción de ese monoambiente donde vivían, laburaban y hacían sus cosas esas tres mujeres).
Una tarde las llamo un tipo que quería disciplina: Analia no sabia de que se trataba; pero agarró viaje sin fijar ningún limite ( era una muchacha de carácter): el tipo, por salame, por HDP, o por lo que fuera; se ensaño con esa incondicionalidad.
Un tiempo después la llame yo, y me contó todo esto... para explicarme por que no quería saber más nada con el sado.
Yo escuchaba, asombrado, la descripción de esa tortura; que en ningún momento se le había ocurrido interrumpir. Le dije:
-mirá: ustedes eran dos chambones. Si queres, paso por ahí y te explico un poco como es el asunto: sin ningún compromiso: si después no queres; chau, y quedamos todos amigos.
Aceptó.
Analia era una muchacha muy bonita, de pelo castaño lacio largo, con las puntas muy maltratadas; pero le quedaba bien; tenia labios carnosos y esforzados breteles.
Me recibió con una camiseta estampada y una mini negra; estaba descalza. "Me estaba vistiendo", explicó. Se iba a poner zapatos; pero le pedí que se quedara así ( me exita ver a una muchacha vestida y descalza: tengo el fetiche del calzado...pero en negativo).
Nos sentamos en la cama y le largué todo el rollo de los roles, la palabra de seguridad, los limites, etcétera: no había escuchado antes nada acerca de las "humillaciones", y meneo la cabeza, orgullosa, ante su mera descripción: le expliqué que no se trataba de humillarla realmente, sino de una especie de juego.
Entendió...pero no quizá saber nada. Al final, para mi sorpresa, no puso ningún limite: "esta bien, confío en vos".
Empezamos con algunos toqueteos y azotes suaves, mientras la desvestía y le ponía el blind-folds ( léase: corbata que había conocido tiempos mejores). Ya desnuda, la hice parar con las piernas un poco separadas y las manos cruzadas en la nuca: le daba un azote bien fuerte, que le dejaba la piel colorada; después la dejaba en suspenso unos veinte segundos; y otro azote: a veces dos juntos, para no ser predecible: uno en los pechos, otro en un muzlo, otro en la espalda; a veces, en vez de azotarla, la acariciaba con el látigo:
Analia estaba exitadísima; y a mi me gustaba aquello; así que estuvimos como media hora sin darnos cuenta. Después le até las manos en la espalda, la acaricié un poco y, sin quitarle el blind-folds, le di un empujón para que tropezara y cayera de espaldas sobre la cama (está bueno; pero hay que practicarlo. no hagan esto en su casa, niños). Ya acostada, le recorrí todo el cuerpo con el pene.
Le saqué la corbata: Me quedé unos segundos mirando la mancha de mate que la había hecho caer en desgracia (cuando estoy excitado me pasa lo que, dicen, les sucede a los comedores de opio: cualquier minucia se me aparece revestida de una importancia absurda).
Después recosté a Analia boca arriba, aun atada, y me dedique a masturbarla: le metí el dedo mayor de la diestra en la vagina y empecé a buscarle el punto G ( que nunca he podido saber si existe, o son los padres); mientras le acariciaba el clítoris entre el índice y el mayor de la izquierda: como quien amasa plastilina. Bastaba verle la cara a Analia para advertir que eso funcionaba; pero, de repente, me acordé de algo: no le había dicho a Analia una sola palabra acerca del control del orgasmo en el sado (como ese astrónomo al que se le olvido de mencionar la luna). Ahora ya no era tiempo de explicaciones, eso estaba claro: seguimos así un rato más: "voy a acabar", me dijo; como si no se notara. Seguí un poco más; hasta que ya daba muestras de estar entrando en erupción. Entonces; me detuve súbitamente; le puse las manos bajo las axilas y la puse de pie. Analia quedó confundida, sin entender que pasaba. Yo me aleje con calma y me limpie los dedos con un pañuelo, afectando indiferencia.
- "¡Malo!" - me reprochó, sonriente. Yo me acerqué y le di un lengüetaso, burlón, en una mejilla.
Lo que siguió no tiene mucho interés: un poco de sexo anal, y detalles que se me han borrado un poco (bastante).
Al final, la tuve que desatar (digo; porque las profesionales son medio escapistas). Nos quedamos un rato acostados, descansando.
- ¡Me gustó! -dijo.
Me hizo reír el asombro con que lo dijo. Supongo que Analia debía esperar ganarse unos mangos, de un modo un poco más llevadero que la vez anterior; pero nada más: ni se le había ocurrido que eso le iba a gustar.
Y aclaró, sonriendo:
- Es raro; pero me gustó.
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