Gatos literarios

Durante la baja edad media, la prosperidad de algunos mercaderes o el amparo de algunos poderosos llevó a muchos europeos a estudiar griego y latín para poder leer las sagradas escrituras. En medio de esa pía labor, se toparon con un puñado de libros extraños; mitad magníficos, mitad indescifrables; que andaban dando vueltas desde hacia siglos. Estos libros estaban llenos de ecuaciones, silogismos, descripciones anatómicas, practicas médicas, técnicas de cultivo, de poesía, de arquitectura, clasificaciones científicas y demás conocimientos técnicos que se adueño sin chistar. El resto era lo difícil de comprender: a los artistas les tocó la tarea de revivir el espíritu de esa antigüedad incomprendida y admirada con previo fervor.

"La escuela de Atenas". de Rafael, muestra a los filósofos griegos con la desordenada contigüidad que tenían en su biblioteca, sin atender a distancias de tiempo ni de espacio Aristóteles coincide con Epicuro; Ptolomeo con Heráclito: y todos escriben en códices caminan bajo una cúpula de estilo islámico. "La escuela de atenas" es filosofía renacentista pura: en ella, Platón señala los cielos, mientras Aristóteles lo llama a poner los pies sobre la tierra. Romanticismo y pragmatismo; dos aspectos del pensamiento burgués. En la antigüedad, las ideas seguían otros rumbos diferentes, muy diferentes. Para empezar, el "terrenal" Aristóteles creía que el fin de a filosofa era consagrarnos a lo eterno-divino que hay en el hombre, dejando de lado lo meramente humano-temporal. Por otra parte, la veneración por los grandes socráticos era un residuo medieval. En a antigüedad, la jerarquía de las escuelas filosóficas estaba basada en la tetrarquía, tan prestigiosa en política; así, la academia y el liceo era solo dos de las "cuatro grandes escuelas", junto con la estoa y el epicureísmo.

"La escuela de Atenas" es solo un sueño, pero un sueño inocente, con mucha geometría y poca política. Sobre todo, es un instante, una imagen sin desarrollo. Los pensadores políticos de la ilustración inventaron leyendas referidas a la "antigüedad clásica", mas tendenciosas que admirativas. "Este sistema que expongo- decían- no es una ocurrencia mía: ya se uso en la antigüedad con maravillosos resultados". Las fantasías totalitarias se proyectaron sobre Esparta, los liberales reivindicaron a la "democrática" Atenas, y los defensores del viejo régimen se deleitaban con la sanata de los moralistas romanos. ¿ quien no se maravillo, al leer a Tucílides, de lo extraordinariamente diferente que fue la guerra del peloponeso a la fabulita filo-militarista que nos contaron en la escuela?

Estas cínicas manipulaciones desaparecieron con la revolución francesa, y la antigüedad volvió a ser una región de ensueños. Pero el material onírico, por así decirlo, de estos nuevos soñadores del siglo XIX, ya no procede de Platón y Aristóteles, sino de aquellos mismos pensadores políticos de un siglo atrás. Su sueño, es, por lo tanto un ensueño político. Sin embargo, este no incluye ningún proyecto de ley o medida practica: bajo un sol radiante, hombres y mujeres vestidos con sencillos y elegancia caminan ocupados en tareas cotidianas, a la vez que abstraídos en elevados pensamientos estéticos novecentistas; y eso es todo.
Las guerras aniquiladoras, la esclavitud, la guerra civil perpetua, las supersticiones criminales: todo eso era conocido por el soñador, pero no le prestaba atención. Pierre Louys, por ejemplo, dice en su prologo a "Afrodita" que la moral antigua "reivindico el derecho que tiene todo hombre de buscar la felicidad dentro de los limites que le impone el mismo derecho de los demás"; afirmación asombrosa aplicada a una sociedad esclavista. Pero quien sueña, atribuya en su sueño cualquier valoración a cualquier cosa: cualquier cosa, incluso la esclavitud, puede ser "buena", si al soñador se le da la gana que lo sea. De hecho; se sabe que "Afrodita" se iba a llamar originalmente "La esclavitud", titulo que parece mas adecuado a su contenido; pero que no ayuda a su autor si lo que se propone es "olvidar dieciocho siglos bárbaros y feos" y "retornar del charco a la fuente" ( la fuente de esos dieciocho siglos, dicho sea de paso). Este discurso funciona porque el lector también sueña: acepta que Louys le haga decir a los griegos cualquier cosa, con tal de que sea de su agrado. Y, si no lo hace, no importa: él se lo hará decir a Louys.