Lugares (Privados, Boliches, etc.)

Sé que la carrera literaria más difícil es la del lector, sabiendo también que para los tántricos importan más los caminos que Roma. Bajé la persiana de mi xp con Romi –ex Montevideo- susurrándoles a Uds. en la post scriptum –casi de querusa- “No husmeen en mi huella. Yo también palmé”. Garabateé esto no como un chauchón e incoherente capricho literario, sino para que me sumen, en cualquier estadística, a los Carlitos que vivimos como sujetos a un pararrayos, en pleno Tusunami, especulando que no nos despeinaremos. También boqueé hace unos findes que no acamparía en zona templaria por unos cuantos días luego del regreso de los Estados Juntos. Pero, (esta conjunción adversativa vuelve una y otra vez a mi discurso de aficionado), tira más una hebra de escarapela que una yunta de bueyes. ¡Y hociqué! Recién llegado y quemadito, iba de infantería por los pagos donde (según el viejo Borges) se llevó a cabo la fundación mitológica porteña. En medio de ese nomadeo, marchaba escupiendo veredas e intentando leer mi futuro a partir de las imágenes que creaba en cada charquito. A esta peculiar rama de la adivinación la denominé escu-char. Estudié cada onda acuática con extrema paciencia, como si armase un mecano, cerrando filas bajo la consigna: “Macho, basta de realidades, queremos promesas”, abrochando –como no podía ser de otro modo- el término “promesa”, con esa promesa templaria llamada Guada. De inmediato, le pegué un tubazo a Fernanda que en ese instante estaba siendo sustituida por Gime. Esta otra fenicia tampoco perdía de vista mis franklins ni mis rocas aunque la conversa se refiriese a cómo se prepara un gulash. Pactados los morlacos, sin aceptar espejitos de colores ni bonos en default, la ladera de la ocho cuarenta, rápida y con pericia, como esos malabaristas que rediseñan su pirueta en el aire, o esos Filloles, que cambian de mano en la volada, enfiló su chamuyo, siendo su target tacklearme al toque. Apenas vio frustrada su iniciativa me soltó un “¡Joya!”, con un tonito de haber jugado todos los números y haber salido una letra. Así y todo, en el estribo, me tiró el nombre de jugadoras como para armar un equipo de papi. Eso me llevó a sospechar, porque había leído en el foro que el depto de marras cuenta sólo con un dormitorio. Supuse, entonces, que un par de los mencionados felinos no eran de carne y hueso, sino que se encontraban pintados en las paredes. Esto no estaría tan mal, según mi amiga Meiji, que alguna vez me explicó que una imagen vale más que mil palabras, agregando que una poderosa sonrisa vale más que una docena de ideas, sobretodo -como en el caso de nuestros políticos- cuando uno tiene más dientes que neuronas. Al ingresar a la página y ver tras el banner las fotitos de Guada, quedé freezado al marcar cómo la apanamada desparramaba su humeante lomo en un paraje incierto. Íbamos a las chapas por Santa Fe. Es evidente que en las llantas fugitivas uno denuncia el pulso de una ciudad. Al abandonar la nave, mis pretorianos, como recibiendo órdenes de Quinto Pertinax, se quedaron pastoreando frente a un local chic, llamado "Dick", sobre Arenales. Observé -en el reflejo de una vidriera- que mis monos poseían el paso lento de los traidores, y que mi look denunciaba mi no pertenencia a la juventud posmoderna atravesada por media docena de fierros y ninguna idea, y -ni a ganchos- la de un dinosaurio extraído de la "Hola". Luego de presionado el botón del timbre, me encaramé en el elevador del fondo e ingresé al pv, donde la situación no daba para jetear otra vez. Tampoco para detenerme en otros detalles catastrales del edificio. Estaba todo tan helado esa madrugada como me imaginaba sería el Infierno de Milton. Mantuve mi mutismo y mi sonrisa, orbitando 360 grados, cinchando por semejarme a aquellos animales astutos que no se muerden la cola. No sabía si figuraba entre las profecías de Noterdamus, pero se me hacía que esa madrugada sería in aeternum.
Por haberla visto hacía unas semanas no tuve mayores dificultades en reconocer a la madama. La mina me atendió sin pruritos, mientras se frotaba uno de sus antebrazos con una de sus manos cargada de anillos. Yo me dejaba apurar, y ella me tironeaba como a Antonio Conselheiro, en Campo Santo. Más allá de eso, la recepcionista estaba a años luz de asumir la actitud receptiva de Julio César Falcioni. Tal vez creyó observar que me encontraba medio fisura porque me relojeó como diciéndome: “Quedate tranqui, pibe. Ellas son como Dios: hacen resucitar cualquier muerto”. Tanto como para ganar tiempo en mi decisión sobre a quién ejecutar, realicé una operación de sondeo revoleando la bola a la Doce. La Fernanda levantó las cejas, como marcando la necesidad de apurar el trámite. La variedad de combos que barajó me flashearon. Pero para financiar ese circo era necesaria la trompita de Dumbo y el bolsillo de Firulete. Sé que una mujer no es una nave de Odín, esa que podía cargarse en el bolsillo, plegándose y desplegándose libremente, de acuerdo a las necesidades. Yo ya había estado con Romi y podía reincidir, pero soy creyente de una religión para la cual es crucial tener habilitada la variedad, por carburar que metejonearse achica el Universo de uno. Eso sí, chequearía cada gato para tampoco clavarme un cuchillo oxidado, ya que había escabiado champú y no veía un reverendo soto, sin contar que ríos de dopamina recorrían mi cuerpo.
Primero, y desde el living, emergió esa crocante Sibila de ojos circasianos llamada Priscilla. La perrita cargaba una pintita rompedora que licuaba el oxígeno. Sin embargo, me habían botoneado que no siempre se mostraba complaciente y que sus noes eran constantes. Claro que a mí me emocionaba la sola idea de fagocitarme su tortuga. Además, el pedigreé de la nami daba para acollararla hasta P.M. a comer un shiva con maha brinhal. Todo esto más allá de ser consciente de que estaba ante un gato y no ante Blanca Nieves, un gato al que aún le faltaba un hervor, pero un gato. La rubia me confesó que era del noreste de Buenos Aires, de Alemania. Ahí nomás entró al cuarto Romi, la domadora de colchones que, por cómo se zambulló a saludarme, conjeturé que alucinaba, confundiéndome con el rubio de Camel. Nos miramos rápido, como dándonos tres pases cortos, comprendiendo -ella- de inmediato mi golpe de sábana. De todas maneras, la pequeña me dio una inyección de buena leche. Qué sé yo, podrá carece -según algunos- del corte “¡Hogar, dulce hogar!”, pero apenas marcó mutis y giró 180 grados empecé a escupirme las manos. Sobre el pucho, casi me caigo de culo cuando apareció Morena. La junaba por lo que la fiché de coté. Era de tez levemente oscura, facciones de gran regularidad, sin rasgos excesivamente delicados sino más bien netos y fuertes. La yegua tenía la marcha de Jeanne Moreau en "La Noche". Aterrizó luego de un extenuante zapping nocturno. Su voz era controlada, acariciadora, profunda. Arisca y prudente, hace tiempo había aprendido que quien sumerge la nariz en todo, acaba por no saber de dónde viene el mal olor. Como bonus track emergió la tal Guada, enigmática, plástica y de pelo lacio e indisciplinado. Había aparecido de la nada, como esos trenes mudos que aplastan al coyote en medio del desierto, metiéndome un lenguetazo que me llegó hasta la nuca. Era linda de verdad. Su geografía era generosa en mesetas, cordilleras, grietas y precipicios. Con estos tanques desfilo en Bagdad, valseo sobre el Titanic y le doy pelea a aquél Tyson orejero, me dije. Dejando de lado mi idea inicial, señalé a la última. Actualmente no uso cinturón, y sé que eso puede ser un problema. A veces esa lonja de cuero, u otro material, actúa como frontera visible, y a uno le cae la ficha de que si las futuras decisiones las toma desde esa indumentaria hacia el norte, todo bien, pero si las toma hacia el sur ...
La blanquita me arrió el lompa –a mi retorno del ñoba, que parecía un quirófano- y se quedó unos segundos de rodillas ante mi mástil, quizá hipnotizada, quizá para no arruinar el efecto teatral. No era como la chaparrita, que agitaba su cabeza como un auténtico yo-yo "Rusell", pareciendo una fugada de la familia Adams o de alguna sección del Moyano. Pero ninguna era como Romi en esas lides. Ninguna que yo conociese. Guada me hizo un pete sin, y yo permanecí como suspendido en el interior de una ola hawaiana. Mi sensación térmica debió haber superado la de Mojave, en el sur californiano. “Si te quedás ahí más tiempo vas a recibir cartas”, pensé soltarle. Y me mandé un per saltum para intentar tragarle la boca. La gheisa dribleó y me comí el amague. Volvió a querer acogotarme la gallina y ahí sí, quedé inmóvil, como escrachado por las Gorgonas. La teutona me hacía la foquita. “¡Lo fatal es no intentarlo!”, escribió el existencialista francés Albert Camus. Y le succioné la lengüita a full. Era pendex, pero se veía que ya cabalgaba sobre los peces. Hablando de cabalgar, comencé a tantearle la montura. Luego sí, salté sin red, huyendo hacia delante, como mandan mis genes, genes con insobornables aires jacobinos. Comencé a galoparla como Hernán Cortés a su Molinero, como Pancho Villa a su Siete Leguas, pues ya mi coequiper se había calzado el ropaje de Padre Coraje. No sé si me iban sus rieles, pero fue lo segundo que aparté. Pensé en mi niñez, en los Reyes Magos, cuando le fiché el pesebre. Rodeada la manzana y palpada de armas, le metí un jeringazo. Había desenfundado el macho grande (bueno, tampoco la pavada). “Es un rasgo muy de estos tiempos confundir el tamaño con la grandeza”, decía mi tío Pitu, mientras hacía canaleta con sus manos para echarse un cloro sin empaparse las bolitas.
Hubiese sido de diez hamacarme con ella, teniendo como fondo un toque de goa trance. La vamp parecía scanneada de una peli de Fassbinder. Mientras la bombeaba, largué dos o tres observaciones olvidables. Se me hacía que había tomado líquido de frenos o leído a Osho. Seguramente tenía trabado el ascensor en el quinto. Si insistía en mis decires, pronto con una llave inglesa querría aflojar los bulones del sistema solar. Y -todos saben- yo rehuyo a las montañas rusas emocionales, empezando por las mías.
La guacha no levantaba su línea Maginot respecto al back. Entrarle sería más difícil que hacer caza submarina en un lavarropas. Auguraba que no me entregaría el chiquito ni con una orden del juez Garzón. En ese caso, me tajearía el cuore con el puñal de Rambo, o me alistaría en la desordenada y suicida carrera de los lemmings en busca de un precipicio cualunque. No por esta contrariedad había dejado de rosquearle el botoncito. Al final, clavé punta-taco, fui a fondo, piqué al vacío, por más que cuarenta tele-bines me cantasen que era off-side. Guada, sin deponer su mutismo ni su sonrisa, empezó a depositar gel en la cuenca de su mano derecha. Sin tanda publicitaria que me detenga, empecé a taladrarla después de santiguarme. Allí finalmente entendí aquello de la flexibilización. No sé cómo logré contener el aplauso en el remonte de los brazos. En ese instante era capaz de jurar hasta la bandera pirata. Digamos que había recibido un accésit, lo cual no es poco. Algunos -como Woody Allen- definen al sexo como un simple intercambio de fluidos. La frase no dice mucho sobre el sexo, pero deschava el cinismo de quien la formula. El mismo criterio permitiría afirmar que los cuentos borgianos son una astuta combinación de papel y tinta. De tanto estallar contra sus cachetes, llegó el mionca de La Serenísima -Marcel Marceau hubiese hecho más ruido-después que la ocho cuarenta me chifló el tiempo cumplido. Me miré al espejo y estaba con los alambres de la gorra revueltos, como espermatozoide que había sobrevivido a una batalla imposible. Me senté en el sopi, dejando las sábanas calientes testimoniando una presencia viva. La mina me había dejado como para taparme con diarios. Parecía el chaboncito ese de la peli que se freezó en el agüita, mientras la minita apoliyaba sobre un tablón, y el barquito famoso se ahogaba. Una vez vestidos, nos abrazamos con ternura Trasca, le dije que no tema, que yo estaría siempre a su lado, dicho lo cual me tomé el palo. Eso sí, me prometí volver a bendecir ese back, porque dicen que todo es posible en el alma de quien no descuida regar sus sueños. Y lo que yo quiero es eso, regárselo otra vez. Ojo al piojo: sé que siempre debo tomar precauciones: Vulnerant omnes, ultima necat (“Todas hieren, la última mata”)
¡Adiós, lector!
Mausi.-

P:S: "Perhaps, nothing left, but a smile"

Sublime relato! Pero che, nadie me dijo que acá había alguien que escribía en serio.
Previamente leí algunas cositas menores pero lo suyo es maravilloso.
Mausi: observé que has escrito más. Hoy no cuento con tiempo para leerte. Una belleza!
En los próximos días leeré otros autores para no ser injusto.
Igualmente lo agasajo con mi voto positivo.
Espero que por esto no vaya a escribir buscando el voto. Eso me decepcionaría.[size=18:1e07cef7fc][/size:1e07cef7fc]

Semental: En todo lo virtual existe lafalta de transparencia, Ese no me parece un problema mayor. Sí me parece grave la mala leche que hubo en todo esto.

Mausi.-